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No ha sido mi dignidad, mi orgullo destrozado lo que me ha hecho padecer... Mi corazón es el que ha sufrido... ¡Qué desconsuelo! ¡Qué tristeza tan honda!

El Rey se ve obligado á representar la más horrible farsa. Jamás la dignidad real ha descendido tanto. Pero él se librará de esta horrible tutela, porque Europa, si es preciso, se coaligará para salvar á España. Ya España ha salvado á Europa. No, no puedo creer contestó Lázaro, semejante iniquidad. Esta invasión sería más odiosa que la de 1808, y también mejor castigada.

Si las condiciones físicas del país han favorecido ese desarrollo, no puede negarse que la libertad individual y colectiva, la bondad de las instituciones y el espíritu de independeneia y dignidad que engendra el calvinismo, aliado á las generosas cualidades de la raza francesa, son las causas principales.

La mano tiesa volvió a ponerse delante de la boca, a punto que se atascaban las palabras, sufriendo la cabeza como una trepidación. «Con que aquí hace cada cual lo que le da la gana, sin tener en cuenta las leyes divinas ni humanas, y haciendo mangas y capirotes de la religión, de la dignidad de la familia...».

Quizás valiera más así, porque bien las necesitábamos los arqueros blancos por aquel entonces. El piadoso Roger escuchaba horrorizado aquellos detalles. Las creencias de toda su vida, su profundo respeto por la dignidad pontificia, la veneración que profesaba al jefe visible de la Iglesia, todo le impulsaba á protestar contra la escandalosa irreverencia del soldado.

Pero no se había atrevido a comunicar sus aprensiones a ningún superior, obedeciendo a un criterio, merced al cual había desempeñado treinta años seguidos con dignidad y prestigio sus funciones complejas de aseo y vigilancia. En presencia del Magistral, Celedonio había cruzado los brazos e inclinado la cabeza, después de apearse de la ventana.

Francisca no es seria exclamó Celestina, que iba a arreglar el fuego de la chimenea, y aprovechó la oportunidad para mezclarse en la conversación. ¿ qué sabes? dije descontenta. lo que respondió Celestina con la dignidad de los grandes días. Una señorita que no habla más que de casarse, no es una señorita seria... Cállese usted, Celestina replicó la abuela.

Al más noble de los capitanes almogávares, Berenguer de Enteaza, pariente de los reyes de Aragón, que estaba con sus galeras en el Cuerno de Oro, lo nombraba megaduque, enviándole con gran pompa el lujoso sombrero símbolo de tal dignidad.

Todo había cambiado; su vocación religiosa, su pacto serio con Jesús la obligaban de otro modo más fuerte que los lazos demasiado sutiles del deber vagamente admitido por la conciencia, sin pensar en sanción divina. Antes no quería pecar por dignidad, por gratitud, porque... no.

Yo te pedí de rodillas, aquí, en este mismo sitio, que revocaras aquel edicto; y te lo pedí por ti mismo, por la gloria de tu nombre, por tu dignidad de rey, más que por el bien de tus reinos. Te lo pedí, Felipe, porque te amo, y porque te amo, te pido la deposición del duque de Lerma. ¡Que me amas, Margarita! ¡que me amas! exclamó el rey ¡y no me lo has dicho hasta ahora!