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Todas las muchachas, tarde o temprano, tienen gana de casarse y si no la tienes todavía es que estás un poco atrasada para tu edad. ¡Diecisiete años! ¡Ahí es nada!... Un monstruo... de una bonita especie, lo confieso... Pues bien, papá, elige ... Perfectamente... Elijo a Kisseler... ¡Kisseler! Mi espanto le hizo reír de buena gana.

La duquesa, sin embargo, temiendo sin duda que trasladase esta a sus orejas las famosas hipotecas que sobre sus tierras tenía, quiso escurrirse por la sala de lectura, con tan mala suerte, que fue a toparse en el patio mismo con la López Moreno, su hija Lucy, dos doncellas, un criado, diecisiete baúles y número ilimitado de cajas y sombrereras.

28 Y vivió Jacob en la tierra de Egipto diecisiete años; y fueron los días de Jacob, los años de su vida, ciento cuarenta y siete años. 30 mas cuando durmiere con mis padres, me llevarás de Egipto, y me sepultarás en el sepulcro de ellos. Y él respondió: Yo haré como dices. 31 Y él dijo: Júramelo. Y él le juró. Entonces Israel se inclinó a la cabecera de la cama.

España se cubrió de conventos. En Madrid, por ejemplo, donde los Reyes Católicos, de cuya piedad no se puede dudar, habían creado sólo tres, y Carlos I no más de cinco, Felipe II fundó diecisiete, Felipe III catorce y Felipe IV otros tantos. Lo que sucedía en las comunidades de mujeres no se puede referir limpiamente.

Acabó desdichadamente este viaje, pues el Príncipe murió en Zaragoza a 9 de Octubre, faltándole sólo unos días para cumplir diecisiete años.

Después sumaba don Paco: Diecinueve más diecisiete, más otros diecisiete que tiene Juanita ahora, son cincuenta y tres, que es mi edad; luego muy descansadamente pudiera ser yo el abuelo de esa picara muchacha.

A los diecisiete años ya era pintor eminente. Cuentan que se llenó de admiración al ver las obras grandiosas de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, y que dio en voz alta gracias a Dios por haber nacido en el mismo siglo de aquel genio extraordinario. Rafael pintó su Escuela de Atenas a los veinticinco años y su Transfiguración a los treinta y siete.

Vagué aquella noche por la ciudad, y cuando el silencio invadió la población, yo no cómo, me encontraba aún delante de los tres balcones de la casa de Valentina en muda contemplación, levantando castillos de España sobre esos andamios gigantescos que sólo los diecisiete años tienen privilegios para apoyar en el aire.

Tres horas después resonaban gritos y lamentos al otro extremo de la casa... Era Paquito Luján, que entumecido por el fresco de la madrugada y aterrado por la oscuridad, despertaba allá en la Nursery, olvidado de todos en aquel suntuoso palacio, morada del padre y la madre que le habían dado el ser, y de diecisiete criados dedicados a su servicio.

Mi tía Medea sostuvo con argumentos sin réplica y resoluciones inapelables, que demasiado había hecho ella consintiendo en cargar con hijos de otro. ¡Si no tiene usted familia, usted solo tiene la culpa! ¡Mi padre tuvo diecisiete hijos y sólo fue casado dos veces! ¡Bien, Medea, tienes razón, yo tengo la culpa! ¡Y es usted tan cínico que lo confiesa! ¡Pero si es por complacerte!...