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Era de marfil también, y todo de una pieza, menos los brazos; y clavado en rica cruz de concha, agonizaba con dolorosa verdad, encogidos músculos y nervios en una contracción suprema. Tres clavos de diamante trucidaban sus manos y pies. Lucía le rezaba todos los días un padrenuestro, y aun solía besar sus rodillas, cuando no la miraba nadie.

La judía de Toledo, de Diamante, presenta el mismo argumento que conocemos ya, recordando Las paces de los reyes, de Lope. «Todas las primeras damas del Teatro Español, dice Signorelli, aprenden para demostrar su talento el papel de La judía de Toledo, de la comedia del mismo título de Diamante.

Cristóbal de Monroy. Juan Bautista Diamante. 139 CAPÍTULO XX. Antonio de Mendoza. Alvaro Cubillo de Aragón. Juan de la Hoz. Antonio de Solís. Agustín de Salazar. 167 CAPÍTULO XXI. Crítica de este período. Nuevas tentativas para reformar el drama al estilo antiguo. Colecciones de comedias españolas. Extraordinario número de poetas en tiempo de Felipe IV y Carlos II. Francisco de Leyba.

Así es que los galanteos de los jóvenes señores que me buscaban enojábanme, y de tal manera mostrábame yo con ellos impía e incapaz de amores, que acabaron por llamarme la niña de diamante: yo tenía en el alma al sin ventura Gaspar, y él la llenaba de tal manera, que no quedaba para otra pasión ni aun el lugar más mínimo; yo creía que esto era amor, y bien veo que amor no es, sino una pasión que yo no puedo decir cómo fuese, sino que tal como era, me quitaba el gusto y el deseo para cualquier otro afecto.

Pasado un decénio del establecimiento de la línea sobre el Colorado, no dudo que podrá trasladarse la frontera á los últimos caudalosos rios, Negro y Diamante.

¡Sin ventura yo! -dijo don Quijote, oyendo las tristes nuevas que su escudero le daba-, que más quisiera que me hubieran derribado un brazo, como no fuera el de la espada; porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante. Mas a todo esto estamos sujetos los que profesamos la estrecha orden de la caballería.

13 El hombre nunca supo su valor, ni se halla en la tierra de los vivientes. 15 No se dará por oro, ni su precio será a peso de plata. 16 No puede ser apreciada con oro de Ofir, ni con ónice precioso, ni con zafiro. 17 El oro no se le igualará, ni el diamante; ni se cambiará por vaso de oro fino.

12 Antes que todo es mi amigo, de D. Fernando de Zárate. 1 Santo Tomás de Villanueva, de D. Juan Bautista Diamante. 2 Los dos prodigios de Roma, de D. Juan de Matos Fragoso. 3 El redentor cautivo, de D. Juan de Matos y de Villaviciosa. 4 El parecido, de D. Agustín Moreto. 5 Las misas de San Vicente Ferrer, de D. Fernando de Zárate. 6 No amar la mayor fineza, de D. Juan de Zavaleta.

Y este diamante azul del espacio, este mundo de suave luz, que contemplan los habitantes de los otros planetas como una estrella poética en la que todas las criaturas llevan una existencia inmaterial, es la Tierra, nuestro pobre globo, donde acaban de perecer doce millones de hombres en los campos de batalla, donde han muerto otros tantos millones por las emociones y las pestes que son consecuencia de la guerra, donde se han consumido seiscientos mil millones en humo, en incendios, en acero estallado.

Estos son los que conocen bien el misterio de las aguas ocultas. Al lado de sus cabezas, la pequeña gota, suspendida de las estalactitas de la bóveda, brilla como un diamante á la luz de sus lámparas, y cae sobre el pequeño charco estancado, produciendo un ruido seco que repercute el eco de las galerías.