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Actualizado: 11 de julio de 2025


Soy tu hermana, soy Isidora. ¿No me conoces ya?». El ruido volvió a ceder, y la maquinaria tomaba una lentitud amorosa. «No puede pararse el trabajo» dijo Encarnación. Pero como realmente se detenía, oyose un grito del huso viviente que dijo: «¡Aire! ¡Aire a la rueda!». Y en efecto, la rueda volvió a tomar su aire primero, su paso natural.

El caballero las miraba de lejos, mientras don Tomás se detenía a saludarlas. Aquel señor era Quintanar; el magistrado. Efectivamente, no estaba mal conservado. Era muy pulcro de traje y de aspecto simpático. «Era un forastero, palabra de sentido especial en Vetusta, para las señoritas de Ozores, que no le habían visto aún en ninguna casa de las suyas».

No estaba, sin embargo, D. Luis todo lo seguro y tranquilo que debiera estar, después de haberse resuelto a imitar a San Eduardo. Hallaba aún cierto no qué de criminal en aquella visita que iba a hacer, sin que su padre lo supiese, y estaba por ir a despertarle de su siesta y descubrírselo todo. Dos o tres veces se levantó de su silla y empezó a andar en busca de su padre; pero luego se detenía y creía aquella revelación indigna, la creía una vergonzosa chiquillada.

Era el público que salía del mitin y se detenía ante los balcones de las mejores casas, protestando de las colgaduras en honor de la Señora de Vizcaya. La gente silbaba: comenzaban á volar las piedras por encima de la negra masa: caían con estrépito las vidrieras rotas. Aresti se vió solo.

Un portazo o un salto ligero entre la hierba interrumpía de vez en cuando el silencio monótono que reinaba en aquel solitario lugar: era una cabra, que acudía a rumiar al resguardo del viento. Al verme se detenía absorta, y quedábase plantada ante , con aire vivaracho, los cuernos en alto, contemplándome con ojos juveniles...

Era mi suegro, corriendo alrededor de la mesa con dos botellas de champagne en las manos; se detenía junto a los que tenían la copa vacía, completamente vacía, y les decía con insistencia: ¡Pero beba, pues! ¿Por qué no bebe? Cuando llegó junto a , le pellizqué la pierna y le dije: ¡Viejo farsante! ¡a esto es a lo que llamas hacer correr el champaña a mares!

En los labios de la joven susurraba alegre cancioncilla que parecía un eco suave, apenas perceptible, de la que cantaban los alados músicos en su prisión de cañas y en la copa de los naranjos ornados ya con amarillas pomas. Al salir me detenía a conversar con la doncella.

Pero Tónica se detenía, ruborizándose como si sintiera haber dicho demasiado, y miraba a su no vio confusa y avergonzada, mientras éste buscaba la linda manecita de ella para besarla repetidas veces, sin importarle la presencia de Micaela. La costurera consentía estas caricias. Conocía bien a Juanito. No había cuidado que pasase de ellas.

Tal es mi caso, amigo mio: he caminado mucho y viajado poco: y no obstante, tambien como V. soñaba yo allá en mis juveniles años en el placer de los viajes; extasiábame con Robinson, deleitábame con Rolando, no me detenia en engolfarme en el Viajero universal, y acaso acaso tuve mis tentaciones de tomar por modelo al Jóven Anacársis.

Numerosos movilizados de aspecto popular que marchaban sueltos hacia las estaciones encontraron á un señor que los detenía con timidez, se llevaba una mano á un bolsillo y dejaba en su diestra el billete de veinte francos, huyendo inmediatamente ante sus ojos asombrados.

Palabra del Dia

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