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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Un domingo, por exigencias de los arrendatarios, tuvo que ir a su huerto de Alcira, y pasó el día como un desterrado, mirando melancólicamente hacia Valencia y sintiendo un inocente enfurruñamiento contra el sol porque marchaba despacio, retrasando la hora del regreso. Por la noche, ¡con qué placer saltó al andén de la estación, hendiendo a codazos la muchedumbre que obstruía la salida!
Considerábase desterrado; y como si hubiese abandonado la Roma de Augusto para dar en Tracia, se había aprendido de memoria algunos trozos en latín decadente y con eso se consolaba según decía de habitar entre los pastores. Con semejante compañero estaba yo muy solo.
Otras veces sobre la fosa de mi padre y a la sombra melancólica de los árboles que yo he plantado, me acuerdo, con abundantes lágrimas, de la historia de José y de sus hermanos, porque yo que veía hermanos en todos los hombres, también he sido vendido por ellos y ellos son los que me han desterrado.
Después de saludar cortésmente al desterrado de Cantillana, y sostener con esfuerzo y coraje una lucha empeñadísima con más de veinte ganapanes que trataban de arrebatarme la maleta, tomé un coche y di al cochero las señas de una casa de huéspedes situada en la calle de las Águilas, que mi sabio patrón de Marmolejo me había recomendado.
En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue, y con su señor, como leal criado, feneció su vida.
Tiene usted razón, señora replicó galantemente Delaberge; tráteme como un amigo... Siento únicamente que se limiten mis servicios a tan poca cosa... Quisiera poder pagar mucho mejor mi deuda de reconocimiento hacia usted, tan hospitalaria, tan benévolamente amable con un pobre desterrado como yo.
Y el desterrado queda solo junto al fuego, pensando en su inmensa soledad. Ni hogar, ni familia, ni la espada milagrosa que le prometió su padre el Lobo. Y cuando apunte el día, de la cabaña que le cobija, saldrá el enemigo que ha de darle muerte.
Afirmóse sobre sus plantas aquel hombre, y clavó sus ojos en Quevedo. ¡Ah! ¡es vuesa merced! Yo te daba ahorcado. Y yo á vuesa merced desterrado. Pues encuéntrome en mi tierra. Y yo sobre mis canillas. ¡Gran milagro! Sirvo á buen amo. ¿A su excelencia?... Decís bien: porque sirvo á don Rodrigo Calderón... ¡Criado del duque de Lerma!¿conque eres?... Medio lacayo... Medio requiem... Decís bien.
¡Cuán majestuosa se alza ante mí esa piedra monumental, encarnacion ayer de las antiguas castas, encarnacion más tarde de la política y del arte modernos! Aquella piedra se representa en mi fantasía como el gigante desterrado de un siglo, á quien otro siglo da razon en una hora de verdad y de entusiasmo.
El duque cazador de una gran dote, acomodaticio y sin escrúpulos, estaba olvidado. Ahora sólo veía al combatiente de cabeza blanca, al inválido, que, según los médicos, no podía alcanzar una larga existencia después de las operaciones sufridas. Y ella procuraba mantener sus esperanzas, contestando breve y afectuosamente á sus largas cartas de desterrado.
Palabra del Dia
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