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Comía, recogía los mendrugos de pan que quedaban sobre la mesa, un poco de azúcar y otros desperdicios, se los metía en un bolsillo y echaba a correr. Algunas noches entraba en su hogar gritando: ¡A ver! ¡a ver! las zapatillas y el frasco del anís, que hoy velo a don Santos.

Dueñas, déselas Dios a quien las desee: mirando estoy dónde las echaré. QUEVEDO, Visita de los chistes. Meterte a sacomano me atreviera; mas ante Elvira aféitate la cara, y tal tu dura enjundia me prepara, que en ti abra cala un espetón siquiera. Desperdicios de un soneto.

La cueva está vacía porque sus habitantes andan ahora por las calles opulentas buscando la subsistencia con la mendicidad, el hurto ratero, los mas viles oficios, los tratos de la prostitucion, ó los desperdicios, huesos y cortezas que recogen en las orillas de los caños ó en las puertas de los mercados y las tiendas de víveres.

No de dónde sacó aquel jamón en dulce que era todo recortes y sobras, ni aquella cabeza de jabalí que olía a desperdicios... En fin, un asco... Tenía buenos vinos, eso ... Vete a saber de dónde los ha sacado, y quién es el incauto que se los dio... Estaba la pobre apuradísima; pero ¡cómo lo disimulaba...! No creas, tan campante, sonriendo a todo el mundo; y cuando iba para dentro se trasformaba y parecía un capitán de barco mandando la maniobra en caso de naufragio.

Conformábase ella con chupar algunos huesos y catar desperdicios, siempre y cuando Doña Paca quedase satisfecha. Pero no por caritativa y cariñosa perdía sus mañas instintivas; siempre ocultaba a su señora una parte del dinero, trabajosamente reunido, y la guardaba para formar nuevo fondo y capital nuevo.

La giba de estiércol, que formaba una cortina defensiva ante la barraca, creció rápidamente, y más allá amontonáronse centenares de ladrillos rotos, maderos carcomidos, puertas destrozadas, ventanas hechas astillas, todos los desperdicios de los derribos de la ciudad. Contempló con asombro la gente de la huerta la prontitud y buena maña de los laboriosos intrusos para arreglarse su vivienda.

Cuando el sobrino quisiera encontrarle, ya sabía dónde: siempre en su «farmacia». Le tenía ley al Rastro y sus alrededores, y eso que el barrio, con todo su comercio, era igual a aquellas casuchas de Tetuán de donde procedía la familia. Traperos todos: unos de burro y carro, otros con casa abierta, pero viviendo por igual de los desperdicios de la villa.

Se echa el picadillo en una vasija, poniéndole sal, pimienta molida, nuez moscada y una copa de jerez; se remueve y se deja reposar un par de horas; después se extiende la piel; se rellena con el picadillo y se cose, cuidando de que no pierda la forma; se envuelve en un paño limpio, se ata y se pone a cocer dos horas, echando al agua huesos y desperdicios de la gallina, cebolla, puerros, zanahorias, tomillo y perejil.

Soltaron las mustias ubres hasta su última gota de leche insípida, producto de un mísero pasto de hojas de col y desperdicios, y al fin Pepeta emprendió la vuelta á su barraca. La pobre labradora caminaba triste y pensativa bajo la impresión de aquel encuentro. Recordaba, como si hubiera sido el día anterior, la espantosa tragedia que se tragó al tío Barret con toda su familia.

Si le hablaban de las perdices y los conejos hacía un mohín de disgusto y movía el rabo con impaciencia como si tratase de pasar a otro asunto. Las perdices y los ánades eran para él cuentos del tiempo viejo, calaveradas de la juventud; que le dejasen de romanticismos y le hablasen de las buenas siestas al pie de la chimenea y de los buenos platos de cocido con desperdicios.