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Actualizado: 31 de mayo de 2025
¡Oh, tranquilícese usted, el día que eso sucediera!... añadí. El día que eso sucediera... repitió ella. Y le faltó la voz y rompió a llorar. Al día siguiente, no obstante, volvió. La vi apearse de su carruaje tan cambiada, tan abatida que me asusté. ¿Qué tiene usted? le dije corriendo a su encuentro, tanto me pareció próxima a desmayarse.
Era una lucha de tigre contra rata... Cuando el cangrejo tenía ya medio cuerpo oculto entre los verdes líquenes de un agujero, cayó sobre su posterior una de las pesadas serpientes, arrancándolo con el tirón irresistible de sus ventosas, haciéndole desaparecer entre la madeja de tentáculos. ¡Ah! suspiró Freya, echándose atrás como si fuese á desmayarse sobre el pecho de Ulises.
Se veía disputando con la anciana condesa y con Germana; ella sabría anonadarlas con su belleza, con su elocuencia, con su energía. Entonces se apoderaría de su hijo, huiría con él y la sonrisa irresistible del niño arrastraría al padre. ¿Quién sabe se decía si una escena bien representada no mataría a la enferma? ¿No se ve a mujeres llenas de salud desmayarse en el teatro?
Hubiera sido preciso decir tal ó cual cosa y Roussel se hubiera visto confundido ... Realmente no había estado á su habitual altura: la sorpresa, la emoción, la habían privado de sus facultades. ¿Pues no había cerrado la discusión desmayándose? ¡Desmayarse, cuando hubiera debido arrojarse á la cara de aquel malvado y sacarle los ojos!
Elías gesticulaba marchando: de pronto se paró, se acercó á una gaveta y sacó un cuchillo muy grande, muy grande y muy afilado, resplandeciente y fino. Le estuvo mirando á la luz, examinándolo bien, y después lo volvió á guardar. Clara, al ver esto, estuvo á punto de desmayarse. Retiróse á su cuarto y se acostó temblando, arropándose bien.
Era su paso el de una diosa que se digna bajar por un momento del trono de nubes para recrear y fascinar a los mortales, que al mirarla se embebían y daban fuertes tropezones. ¡Madre mía del Amparo, qué mujer! exclamó en voz alta un cadete agarrándose a su compañero como si fuese a desmayarse del susto.
Poco faltó para desmayarse con el gozo el avariento; y el ermitaño, sin darle tiempo para volver de su asombro, se partió á toda priesa con su compañero jóven.
Esta frase de su ex galán le causó un efecto tan vivo, que no supo qué contestar. Sonrió de nuevo, y dijo: ¡ah!... ¡sí!... ¡no! y algunas otras partículas que no recordamos, y quiso desmayarse de emoción. A la vuelta siguiente le preguntó si quería bailar con él la primera polka.
La llaman «la Generala» por su carácter algo varonil, por la rudeza con que trata á veces á las gentes. ¡Una mujer extraordinaria! ¡Una verdadera amazona!... Tira á las armas, hace gimnasia, nada en los ríos en pleno invierno, y además tiene una voz como un suspiro de brisa, gorjea al hablar como un pájaro, parece que va á desmayarse á la menor emoción lo mismo que una niña tímida... ¿Quieres saber quién es?... Se llama Clorinda; un nombre de poema y de comedia antigua.
Estaba inmóvil junto a Oliverio, la manecita temblorosa al lado de la mano del joven, crispada sobre el pasamano de la balaustrada, la cabeza inclinada sobre el mar, los ojos entreabiertos, con esa expresión de extravío que caracteriza al vértigo, el rostro pálido, como el de un niño moribundo. Oliverio fue el primero que advirtió que iba a desmayarse y la tomó en los brazos.
Palabra del Dia
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