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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Pero se había olvidado de ello, y como un descuido basta á veces para producir consecuencias inmensas, he aquí que el duque de Uceda, á quien enamoraba doña Ana de una manera doble, como mujer y como instrumento, llegó, abrió, subió y entró en la cámara de la cortesana á tiempo que ésta reconocía al duque de Lerma. Ya hemos dicho que doña Ana estaba aturdida. Ni aun se la ocurrió desmayarse.

Pilar se cubrió la cara con su pañuelo. ¡Mala lengua! decía Gregoria. ¿Quién había de creer esto de usted? exclamaba con dramático acento Esteven. Esto es una vergüenza decía Pablo. Y entonces, dominando el tumulto, se alzó de nuevo la voz de Casilda, para arrojar a la cara de su cuñado esta palabra: ¡Ladrón! Si a Pilar no se le ocurre desmayarse, se pegan.

Pero Batiste, que sentía en el hombro un dolor cada vez más insufrible, las sacó de sus lamentaciones ordenando con gesto hosco que viesen pronto lo que tenía. Roseta, más animosa, rasgó la gruesa y áspera camisa hasta dejar el hombro al descubierto... ¡Cuánta sangre! La muchacha palideció, haciendo esfuerzos para no desmayarse.

Estaba pálido como un muerto. Otras señoras creyeron deber desmayarse tambien y así lo hicieron. Delira... ¡P. Salví! ¡Ya le decía que no comiese la sopa de nido de golondrina! decía el P. Irene; eso le ha hecho mal. ¡Si no ha comido nada! contestaba D. Custodio temblando; como la cabeza le ha estado mirando fijamente le ha magnetizado...

Los médicos de la plaza caminaban detrás, y con ellos el marqués de Moraima y don José el apoderado, que parecía próximo a desmayarse en los brazos de algunos compañeros de los Cuarenta y cinco, todos confundidos y revueltos por la común emoción con las gentes desarrapadas que seguían al torero. La muchedumbre estaba consternada.

La marquesa de Sabadell, por su parte, encontróse al volver de misa con una carta, que hizo vibrar en un instante cuantas fibras sensibles existían en su corazón: por un momento creyó la infeliz mujer que iba a desmayarse.

Pues, aun cuando tiene la tez lisa y el rostro martirizado con mil suertes de menjurjes y mudas, apenas halla quien bien la quiera, ¿qué hará cuando descubra hecho un bosque su rostro? ¡Oh dueñas y compañeras mías, en desdichado punto nacimos, en hora menguada nuestros padres nos engendraron!» Y, diciendo esto, dio muestras de desmayarse.

Era Schubert, con sus melancólicas romanzas, el músico preferido; la dominaba en aquella soledad el encanto de la música triste. Su alma pasional y tumultuosa parecía desmayarse, enervada por el perfume de los naranjos.

-Ya se ha visto, señor escudero -replicó Sancho-, enterrar un desmayado creyendo ser muerto, y parecíame a que estaba la reina Maguncia obligada a desmayarse antes que a morirse; que con la vida muchas cosas se remedian, y no fue tan grande el disparate de la infanta que obligase a sentirle tanto.

Palabra del Dia

rigoleto

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