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Actualizado: 28 de junio de 2025
Sí Juana no hubiera sabido tanto de otras cosas, se hubiera podido asegurar que era una especialidad maravillosa para las frutas de sartén; de modo que en los días que preceden a la Semana Santa no daba paz a la mano ni a la mente, acudiendo a las casas de los hermanos mayores de las cofradías para hacer las esponjosas hojuelas, los gajorros y los exquisitos pestiños, que se deshacían en la boca y con los cuales se regalaban los apóstoles, los nazarenos, el santo rey David y todos los demás profetas y personajes gloriosos del Antiguo y del Nuevo Testamento que figuraban en las deliciosas procesiones que por allí se estilan.
Era una beata del tercero ó cuarto orden, muy sincera y humildita, siempre dispuesta á obedecer sin réplica los mandatos de las de alta categoría, casi todas señoras muy autoritarias y gazmoñas, que hacían y deshacían á su antojo.
El bosque se estremeció de júbilo, las flores se dieron prisa a exhalar de una vez sus aromas más delicados, los pájaros agitados por tan celeste aparición se deshacían en trinos y gorjeos sin perderla de vista, los árboles inclinaban paternalmente su cabeza venerable en señal de aprobación.
Todos ellos se habían despedido ya de sus padres, de sus mujeres, de sus hijos, que desde tierra les dirigían, entre lágrimas, palabras de cariño y desesperanza. Entretanto, algunos otros, tan desdichados como ellos, se deshacían á duras penas de los lazos con que el parentesco y la amistad querían conservarlos algunos momentos más en tierra.
Deshacían los cadejos de sus greñas abandonadas, animábanse el rostro con blanco solimán y roja cochinilla, «saliendo de bajo de cubierta según un viajero de entonces tan bien tocadas, rizadas, engrifadas y repulgadas, que parecían nietas de las que eran en alta mar». La gloria, la riqueza y hasta el gobierno de pueblos estaban al alcance de todos al otro lado de los mares.
Flotaban en su superficie las lunas de grasa, y entre las rebanaditas de pan impregnadas de suculento líquido, los menudillos de la gallina, las tiernas yemas de color de ámbar y los negruzcos hígados, que se deshacían al entrar en la boca. Todos comían con apetito, especialmente don Juan, que, a pesar de su sobriedad de avaro, era un tragón terrible al entrar en mesa ajena.
Yo, desde los hombros elevados de mi conductor, veía a la pobre misia Donata y a sus dos bíblicas criaturas, víctimas del pronóstico de su marido y manoseadas por aquella turba indisciplinada, entre la cual había mocitos que le pirateaban las hijas y groseros que le deshacían las bananas y le arrancaban su espléndido vestido color cotorra, admiración suprema del barrio de Monserrat en la misa de una.
Las recortaduras, varias hasta lo infinito, de las nubes hacían visajes de distintas formas: vi colosales sombreros o morriones con plumas, penachos, bandas, picos, testuces, colas, crines, garzotas; aquí y allí se alzaban manos con sables y fusiles, banderas con águilas, picas, lanzas, que corrían sin cesar; y al fin, en medio de toda esa baraúnda, se me figuró que aquellas mil formas se deshacían, y que las nubes se conglomeraban para formar un inmenso sombrero apuntado de dos candiles, bajo el cual los difuminados resplandores de la luna como que bosquejaban una cara redonda y hundida entre altas solapas, desde las cuales se extendía un largo brazo negro, señalando con insistente fijeza el horizonte.
¿Le parece a usted poco meternos en agua sucia? Hombre, no era plato de gusto; pero al verle a usted tan agitado y furioso, todos creímos en un peligro de muerte, ¿verdad, señoras? Las damas se deshacían en exclamaciones, llorando unas, riendo otras.
Apenas cruzaba un transeúnte por la retirada calle. Sólo se oía, entre el silencio, el estridor monótono de la máquina de coser que la hija de la conserje manejaba. En el jardín, las rosas, embriagadas del calor bebido durante la mañana entera, se deshacían en perfumes; hasta las frías rosas blancas tenían matices rancios, como de carne pálida, pero carne al fin.
Palabra del Dia
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