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Actualizado: 24 de junio de 2025
Catalina siguió durante algún tiempo indecisa; era evidente que luchaba contra un sentimiento doloroso; pero de pronto exhaló un profundo suspiro; acercó la boca al oído del intendente, y balbució con voz agitada: ¡Vos lo habéis querido! Me arrancáis el secreto de mi desgraciada amiga... Pues bien, sí, os ama, piensa en vos, y ese amor irresistible es la causa de su pena.
Había estado admirablemente hecho, según D. Baldomero, y el ejército había salvado una vez más a la desgraciada nación española. El consolidado había llegado a 11 y las acciones del Banco a 138. El crédito estaba hundido.
Estaba mal casada, sobre eso no hay que decir, y era muy desgraciada, no era joven ya, pero por eso mismo la amé más todavía, pues había sufrido mucho... Bella en extremo todavía, aunque rubia; y a más de una honestidad timorata que me desesperó más de una vez... Porque, en fin, aunque me era sagrada, yo tenía veinte años... Pero había que respetarla o alejarme de ella...
Pasada fugazmente la primera impresión de sorpresa y bienestar, cada uno dió en la casa rienda suelta a sus instintos, sin un asomo de compasión ni de ternura para la desgraciada forastera.
Cuando el señor Aubry, inclinado hacia la pobre mujer, la interroga con bondad, y luego oye las respuestas embrolladas de la desgraciada que se excusa de no poder mandar todos los días a su chico a la escuela, porque le ayuda en su trabajo, Juan no pierde una palabra de los consejos que le da el señor Aubry al explicar el verdadero interés del niño.
Perdió en esta vida la exacta noción del tiempo y el espacio, emprendiendo travesías que duraban meses por llanuras interminables. Tan pronto se consideraba próximo á la fortuna, como lo perdía todo de golpe por una especulación desgraciada. Y en uno de estos momentos de ruina y desaliento, teniendo ya treinta años, fué cuando se puso al servicio del rico estanciero Julio Madariaga.
Hable, Judit; hable por favor exclamó el pobre joven. Pero la desgraciada no podía: los sollozos ahogaban su voz. Arturo cayó de rodillas. Ella no pronunció una palabra, pero lloraba, y el joven creyó que aquellas lágrimas eran su mejor justificación. ¿Me ama usted, pues, aún?... ¿No ama a nadie más que a mí?... Sí repuso ella, tendiéndole una mano.
La chiquilla que se presentó acto continuo dando saltitos como una urraca tampoco tenía gran cosa de árabe. Representaba unos trece años, aunque después supe que contaba diez y ocho, y era de una estatura inverosímil: poco más de un metro levantaría del suelo. Con esto, la carita redonda y no desgraciada, los ojillos vivos y a medio cerrar, los ademanes resueltos y petulantes.
»Un amor incontrastable, y una ocasión desgraciada para vuestra noble madre, y aprovechada por mí, no sé si con harta locura, son la causa de vuestro nacimiento. »No dudéis de vuestra madre; ni aun siquiera sabe quién es vuestro padre, ni el lugar en donde os ha dado á luz.
Su padre se vio obligado, bajo coacción, a poner esa desgraciada cláusula en su testamento, lo cual significa que le temía. Si suspiró en voz baja. Usted tiene razón, señor Greenwood. Está absolutamente en lo justo. Ese hombre tenía en sus manos la vida de mi padre.
Palabra del Dia
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