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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Los grupos de campesinos bebían el último trago con los del pueblo, antes de emprender la marcha, deseosos de relatar los incidentes de la famosa lucha durante la velada en la casería. En la plaza sonaban el pito y el tamboril con cadencias de baile. Se había reunido toda la gente joven para celebrar la victoria con un aurresku, la gran danza vasca que tenía algo de rito primitivo.

Los más audaces le cogían una mano, se la estrechaban fuertemente y la agitaban en todas direcciones, deseosos de prolongar lo más posible este contacto con el grande hombre nacional, al que habían visto retratado en los papeles públicos. Luego, para hacer partícipes de esta gloria a los compañeros, les invitaban rudamente. ¡Chócale la mano! No se enfada. ¡Si es de lo más simpático!...

Había llegado á sus oídos el rumor de que algunos de los principales habitantes de la población trataban de despojarla de su niña, deseosos de que imperaran más rígidos principios en materias de religión y de gobierno.

Certifico con verdad que en veinte y cinco de febrero deste año de seiscientos y quince, habiendo ido el ilustrísimo señor don Bernardo de Sandoval y Rojas, cardenal arzobispo de Toledo, mi señor, a pagar la visita que a Su Ilustrísima hizo el embajador de Francia, que vino a tratar cosas tocantes a los casamientos de sus príncipes y los de España, muchos caballeros franceses, de los que vinieron acompañando al embajador, tan corteses como entendidos y amigos de buenas letras, se llegaron a y a otros capellanes del cardenal mi señor, deseosos de saber qué libros de ingenio andaban más validos; y, tocando acaso en éste que yo estaba censurando, apenas oyeron el nombre de Miguel de Cervantes, cuando se comenzaron a hacer lenguas, encareciendo la estimación en que, así en Francia como en los reinos sus confinantes, se tenían sus obras: la Galatea, que alguno dellos tiene casi de memoria la primera parte désta, y las Novelas.

Sabe que el fantasma que acaba de cruzar al alcance de sus perdigones es la hembra, la Dulcinea perseguida y recuestada por innumerables galanes en la época del celo, a quien el pudor obliga a ocultarse de día en su gazapera, que sale de noche, hambrienta y cansada, a descabezar cogollos de pino, y tras de la cual, desalados y hechos almíbar, corren por lo menos tres o cuatro machos, deseosos de románticas aventuras.

Saludó de lejos á varios conocidos que se incorporaron deseosos de entablar conversación, fingió no ver á ciertas damas que le sonreían, moviendo la cabeza para llamarle, y entró en un segundo ascensor, hundiéndose de nuevo en la tierra. Este subterráneo era curvo y sus paredes decoradas con pinturas pompeyanas. Se extendía por debajo de dos hoteles y sus jardines.

Desde este punto empiezan á mostrarse millares de bufeos jugando sobre las ondas, y en el tránsito de algunas leguas, se ven tres hermosas especies de palmas, que no se encuentran en ninguna otra parte . A eso de las cinco se desemboca en el rio Iténes, en cuya confluencia habria sido muy conveniente establecer una poblacion, vista la mucha elevacion de la ribera izquierda del Itonama; pero indudablemente no han dado lugar á ello las interminables discusiones entre Españoles y Portugueses, sobre los límites de sus posesiones respectivas; y queda ya referido que, deseosos estos últimos de conservar el monopolio de la navegacion de esos rios, espulsaron á los Jesuitas que trataban de establecerse sobre sus orillas .

Por eso domina a los espíritus humanos, que no se elevan: pero a los que se elevan, jamás los domina, aunque los sirva, deseosos de dominarlos. En vez de anonadar a Fausto, como le anonadó con el Espíritu de la tierra, Mefistófeles le hace reír con su aparición, al salir del cuerpo del perro, rendido a los conjuros y amenazas.

Varios porta-espada, dejando en el suelo su brillante mandoble, se confundieron con los esclavos medio desnudos, deseosos de tocar y examinar de cerca el misterioso mecanismo. Mientras tanto, el personaje encargado de la lectura del inventario recitaba á través de su portavoz los informes del profesor Flimnap.

Un abogado vino a verle un día, de parte de Esteven, para que firmara ciertos documentos que eran indispensables para la terminación de la testamentaría, y él firmó y firmó también Casilda, al pie del nombre de Gregoria, estampado el suyo con segura mano; deseosos ambos de concluir de una vez, sin protesta, porque no tenían ya fuerza para seguir la lucha.

Palabra del Dia

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