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Actualizado: 9 de octubre de 2025
¿Lo ves, Amalia? Aquí está la madre del cordero. El papel decía en gruesos caracteres, trazados al parecer por tosca mano: «La madre desdichada de esta niña la encomienda a la caridad de los señores de Quiñones. No está bautizada.» ¡Es una niña! exclamaron algunas señoras a un tiempo. Y en el acento con que dejaron escapar estas palabras no era difícil de advertir cierto desencanto.
Cambiamos un apretón de manos y no hubo más. La de Ribert, a quien encontré al salir de la Catedral, me dio broma amablemente sobre mi repentino desencanto respecto de nuestros estudios... Protesté, pero débilmente y sin convicción. Para explicar mi cambio de actitud alegué unos trabajos urgentes de pintura.
Si Byron cruzara hoy las calles con el traje estrecho de brin, polainas y anteojos verdes, con que nos lo pinta Lady Blessingthon, que lo vio en Venecia, no sería mayor nuestro desencanto que el de nuestra compatriota, que no tuvo más recurso que dar un adiós a Edda, desvanecida... en la forma de una palmada en la mejilla de Pombo... Pombo es feo, atrozmente feo.
La Regenta olvidó un momento el desencanto de aquella mañana. Cuando volvió a su memoria se encontró con que no era don Fermín un malvado, sino un desgraciado, pero de todas suertes le parecía absurdo enamorarse siendo canónigo.
¡Si supiera, señor, si supiera cuán injusto es usted! ¡Se arrojó en sus brazos sin mirar que me partía el corazón! continuó con exaltación creciente , y todo lo que por mí pasó en ese momento, todo lo que he sentido de desencanto, de humillación, de dolor, de salvajes celos... ¿cómo no lo comprende usted?
Los que negaban el suicidio, triunfaban al ver confirmados los razonamientos que habían opuesto a la increíble hipótesis: pero en el otro lado no era muy grande el desencanto, pues a pesar del secreto de la instrucción judicial, se sabía que Alejandra Natzichet, al matar a la Condesa, no había hecho más que obedecer al deseo, casi a la intimación de su desesperada víctima.
Su vida es un desencanto eterno, y si las mujeres pudiesen ver lo que pasa en el corazón de un hijo desgraciado, en el momento que llega a saber... a sospechar de su madre... El señor de Lerne se detuvo oprimido por un sollozo. Hizo el movimiento desesperado de un hombre que no puede contener sus impresiones, volvió la cabeza y cubrió sus ojos con sus manos.
Merece consignarse otro de los incidentes que más contribuyeron al desencanto de nuestro personaje.
Habiendo, pues, don Quijote leído las letras del pergamino, claro entendió que del desencanto de Dulcinea hablaban; y, dando muchas gracias al cielo de que con tan poco peligro hubiese acabado tan gran fecho, reduciendo a su pasada tez los rostros de las venerables dueñas, que ya no parecían, se fue adonde el duque y la duquesa aún no habían vuelto en sí, y, trabando de la mano al duque, le dijo: ¡Ea, buen señor, buen ánimo; buen ánimo, que todo es nada!
Mas era evidente que la señora Miguelina no pensaba provocar una semejante explicación retrospectiva. ¿Era eso indiferencia o bien que, desde un principio, deseaba hacer comprender a su huésped la necesidad de evitar toda alusión al pasado? « Como quiera ella se dijo Delaberge y aun tal vez vale más que sea así.» No obstante, en su fuero interno, sentía Delaberge una especie de desencanto.
Palabra del Dia
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