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Actualizado: 9 de julio de 2025


Pasó mucho tiempo sin que la obscuridad volviera á cortarse con la menor raya de luz, y Edwin sintió el desencanto de un público cuando se convence de que es inútil esperar la continuación de un espectáculo. Volvió á tenderse, buscando otra vez el sueño; pero, al descansar la cabeza en la hierba, oyó junto á sus orejas unos trotecillos medrosos y unos gritos de susto.

Con este desencanto sobre su alma, y envuelto en el burdo ropaje de sus mayores, con el que, si no iba elegante, andaba sumamente cómodo, echóse á ver lo que le faltaba; empresa que consumiremos, en la imposibilidad de seguir al mayorazgo paso á paso y en cada una de sus impresiones.

Capítulo LXIII. De lo mal que le avino a Sancho Panza con la visita de las galeras, y la nueva aventura de la hermosa morisca Grandes eran los discursos que don Quijote hacía sobre la respuesta de la encantada cabeza, sin que ninguno dellos diese en el embuste, y todos paraban con la promesa, que él tuvo por cierto, del desencanto de Dulcinea.

Y no está lejos la demostración palpable de lo que decís, exclamó riéndose el príncipe, porque allá diviso unas veintenas de arqueros cuyo vocerío no cede al de la multitud. Mucho me temo que sufran amargo desencanto si la copa de oro que he ofrecido al vencedor se queda en Aquitania en vez de cruzar el mar. ¿Cuáles son las condiciones, Chandos?

De te decir que si quisieras paga por los azotes del desencanto de Dulcinea, ya te la hubiera dado tal como buena; pero no si vendrá bien con la cura la paga, y no querría que impidiese el premio a la medicina. Con todo eso, me parece que no se perderá nada en probarlo: mira, Sancho, el que quieres, y azótate luego, y págate de contado y de tu propia mano, pues tienes dineros míos.

-Sin duda -dijo Sancho- que vuestra merced debe de estar encantado, como mi señora Dulcinea del Toboso, y pluguiera al cielo que estuviera su desencanto de vuestra merced en darme otros tres mil y tantos azotes como me doy por ella, que yo me los diera sin interés alguno. -No entiendo eso de azotes -dijo don Álvaro.

Estoy disgustada conmigo misma por haber animado a mi hijo a que se presentase, y lo estoy aún mucho más por mi marido, quien daba grandísima importancia a este suceso; en fin, Dios y los hombres no lo han querido; es preciso aceptar ese desencanto sin acritud ni murmuraciones; por más sensible que ello sea, no puede compararse a otras desgracias que se incrustan en el corazón para no separarse jamás.

Y respondiéronle: - gozarás, porque su salud y su templanza en el vivir prometen muchos años de vida, la cual muchos suelen acortar por su destemplanza. Llegóse luego don Quijote, y dijo: -Dime , el que respondes: ¿fue verdad o fue sueño lo que yo cuento que me pasó en la cueva de Montesinos? ¿Serán ciertos los azotes de Sancho mi escudero? ¿Tendrá efeto el desencanto de Dulcinea?

Lisboa, capital del lusitano reino, tan celebrada por su belleza y grandiosidad, me produjo una impresion de desencanto; no satisfizo mis esperanzas.

-A lo de la cueva -respondieron- hay mucho que decir: de todo tiene; los azotes de Sancho irán de espacio, el desencanto de Dulcinea llegará a debida ejecución. -No quiero saber más -dijo don Quijote-; que como yo vea a Dulcinea desencantada, haré cuenta que vienen de golpe todas las venturas que acertare a desear.

Palabra del Dia

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