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¿Caíste herido alguna vez? , señora; una vez, en Navarra, me pasó una bala de un lado á otro; me entró por aquí, salva sea la parte, y me salió por aquí. Poco faltó para que me echasen la tierra encima. En Cuba, un negro, mas negro que las tinieblas, grande como un castaño, me descargó un machetazo en un hombro, que á poco me parte en dos. Sin embargo, me curé más fácilmente que del balazo.

Hacia las tres de la tarde dirigió una larga mirada en torno suyo, y dijo mirando a Van-Horn: El bosquecillo está allí, detrás de aquel teck. ¡Ya están bien cerca, señor Cornelio, y oirán un disparo! gritó el piloto. ¡Ah! exclamó Cornelio . ¡Al fin voy a volver a ver a mi tío y a Hans! Levantó el fusil y lo descargó al aire; pero no le respondió ninguna detonación.

¿No has encontrado a Nieves? preguntó con reprimida cólera la gentil costurera. , la he encontrado respondió él con acento indiferente. ¿Y no te has parado con ella? No; la he dicho simplemente adiós. ¡Embustero! ¡hipócrita! ¡tío silbante! exclamó con furia Valentina. ¡Toma, por zorro! Y le descargó sobre los brazos una granizada de pellizcos.

¡Pues hagámoslo antes de extraviarnos más, Horn! Descargó Cornelio el fusil al aire; pero la espesura del bosque se comía el ruido y no lo dejaba propagarse. Pusieron el oído por si sonaba algún disparo lejano en contestación al suyo, pero nada advirtieron. ¿Has oído algo, Horn? preguntó Cornelio. Nada oigo contestó el piloto . Con esta espesura no hay manera de oir nada.

Don Quijote, que no tenía en costumbre apearse sin que le tuviesen el estribo, pensando que ya Sancho había llegado a tenérsele, descargó de golpe el cuerpo, y llevóse tras la silla de Rocinante, que debía de estar mal cinchado, y la silla y él vinieron al suelo, no sin vergüenza suya y de muchas maldiciones que entre dientes echó al desdichado de Sancho, que aún todavía tenía el pie en la corma.

Ningún peligro hubiera detenido en aquel momento al denodado joven, de ordinario tan comedido y pacífico, pero cuyo semblante indicaba que la indignación y la cólera lo cegaban, convirtiéndolo en temible adversario. Llegado frente al negro, le descargó tan furioso garrotazo que soltó el cuchillo y huyó lanzando gritos de dolor.

descargó en la cabeza del perro el trancazo descomunal que reservaba, sin duda, para la poética Ofelia... Luego, como el borracho que, engolosinado con la primera copa, no para ya hasta apurar la botella, comenzó a menudear sobre los lomos del animal una granizada de golpes, una lluvia de palos, como jamás se registró igual en los anales perrunos de la helada península Kamschatka.

En tanto que esto pasaba, viendo Sancho que podía hablar a su amo sin la continua asistencia del cura y el barbero, que tenía por sospechosos, se llegó a la jaula donde iba su amo, y le dijo: -Señor, para descargo de mi conciencia, le quiero decir lo que pasa cerca de su encantamento; y es que aquestos dos que vienen aquí cubiertos los rostros son el cura de nuestro lugar y el barbero; y imagino han dado esta traza de llevalle desta manera, de pura envidia que tienen como vuestra merced se les adelanta en hacer famosos hechos.

Como una luz que se apaga al soplo del viento, Navarro cerró la boca, apretó los labios fuertemente cual si quisiera hacer de los dos un labio solo, frunció las cejas haciendo de ellas como un nudo encargado de contener y apretar toda la piel de la frente, y descargó al fin la mano con tanta fuerza sobre el brazo del sillón, que a punto estuvo este buen inválido de saltar en astillas.

Para descargo de mi conciencia, en este punto muy escrupulosa, quise, viéndome rica y convertida en toda una señorona, no desdeñar a mis parientes, si los tenía, y hasta favorecerlos y socorrerlos si se hallaban en la abyección y en la miseria. El Padre García me sirvió en esto muy bien. Buscó con tino y diligencia a mis parientes, y no los halló sino dudosos y muy lejanos.