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Actualizado: 16 de julio de 2025


Los árboles crecen lentamente, sobre todo en las montañas, pero en los caminos del alud no nacen. Verdad es que á fuerza de trabajo se podría sujetar á la nieve en las altas pendientes y precaver así el desastre de su desplomo á los valles.

¡Qué desastre, si no hubiéramos tenido la precaución de llevarnos las municiones! dijo Van-Horn. Por fortuna nos quedan aún setecientos u ochocientos cartuchos, y teniendo armas no se muere uno de hambre en este país. Y sin chalupa, ¿cómo podremos volver nunca a nuestra isla? dijo Hans. ¿Y dónde nos encontramos ahora, Capitán? dijo Horn. ¿Qué nos importa estar en un punto o en otro?

Y, sin embargo, uno de aquellos instantes, pasados casi inadvertidamente para la gente de la ciudad, había producido, á la vista de ella, como quien dice, el desastre más espantoso que registran los cántabros anales.

Justicia ante todo: la ambición, la satisfacción, la ineptitud militar del Duque, si se quiere, fueron poderosas causas del desastre; pero si el temor, como parece cierto, lo produjo multiplicando las proporciones, no influyó en el ánimo del General del ejército; turbó la mente y empequeñeció el corazón del General de mar, en cuyas manos puso el destino aquel día y los siguientes la suerte de la jornada.

Ese día Marta declaró que le era imposible levantarse de la cama; no sentía vivos dolores decía, pero sus piernas se negaban a llevarla. Así veía yo adelantar el desastre, cada vez más amenazador. No podía esperar más: «Ven a cumplir tu compromiso mientras todavía es tiempo» escribí a Roberto.

No; y precisamente por eso se alejó de mi hijo, pues no quiso contraer deudas para asociarse á sus gastos... ¡Ese fué el principio del desastre! Perdóneme usted si insisto, pero es de toda necesidad. ¿Cuando Jacobo conoció á esa desgraciada mujer que le condujo á la locura... á esa Lea Peralli, estaba todavía Sorege en buena amistad con él? Seguramente.

Hullin, llevado de su robusta naturaleza y de su carácter alegre, que nunca se alarmaba por las cosas que pudieran venir, consideraba aquellos ruidos de retirada, desastre e invasión como mentiras propagadas por la mala fe.

Varias casas importantes, se decía, se encontraban envueltas en este desastre. Huberto arrojó el diario con cólera; todo se conjuraba en ese día para certificarle la catástrofe. A fin de distraerse de estas preocupaciones nuevas para él, decidió que iría a almorzar al club. Pero en el camino lo atacaron penosas reflexiones. ¿Qué haría? ¿Seguir el consejo de su madre?

Con la cabeza descubierta, el rostro pálido, la mirada ardiente, la acción enérgica, permanecía en su puesto dirigiendo aquella acción desesperada que no podía ganarse ya. Tan horroroso desastre había de verificarse con orden, y el comandante era la autoridad que reglamentaba el heroísmo. Su voz dirigía a la tripulación en aquella contienda del honor y la muerte.

Esta composicion, escrita bajo la impresion que causó en Montevideo la noticia de aquel desastre, se publicó por la primera vez en una Corona Fúnebre dedicada á la memoria de Rufino Varela, á cuya formacion contribuyeron todos los poetas argentinos que han consagrado sus cantos á la libertad.

Palabra del Dia

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