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Actualizado: 8 de octubre de 2025
Como moscas acudían a su tenducho reluciente los pobres papanatas de la feria, y como moscas caían en la miel de sus ponderaciones y lisonjas, dejando en el cebo engañador hasta el último maravedí de los ahorrados para fines bien distintos. Para las mujeres, sobre todo, tenía el charlatán un anzuelo irresistible; y para las buenas mozas, en particular, un «aquel» que las atolondraba.
Sobre la mancha azul de sus capotes distinguió unas caras pálidas, unos ojos desmesuradamente abiertos por el martirio. Sus piernas arrastraban por el suelo, asomando entre las tiras de los pantalones rojos destrozados. Uno de ellos aún conservaba el kepis. Expelían sangre por diversas partes de sus cuerpos: iban dejando atrás el blanco serpenteo de los vendajes deshechos.
No es preciso tener doce ó quince años para arrojarse al agua lleno de felicidad como en su elemento propio; cualquiera de nosotros, si los convencionalismos y falsedades de la vida no nos han corrompido enteramente, puede volver á las alegrías de la juventud dejando por un momento sus ropas en la orilla del agua.
Medita, hijo, medita, en quietud y a la sombra, la burrada que ibas a cometer, dejando el servicio de Dios y su pingüe soldada, por el servicio de una criatura mortal, hija de un zapatero remendón, que ni tú ni ella tenéis para llevaros un mendrugo a la boca. Don Pedrito, deshecho en amargura, se atrevió a murmurar: Pero en el Seminario no querrán admitirme.
Los muebles viejos y maltrechos, recuerdo perenne de las antiguas peregrinaciones huyendo de la miseria, comenzaban á desaparecer, dejando sitio libre á otros que la hacendosa Teresa adquiría en sus viajes á la ciudad. El dinero producto de la recolección invertíase en reparar las brechas abiertas en el ajuar de la barraca por los meses de espera.
Principalmente el plebeyo, a quien apodaban el Naranjero, que por lo que noté oficiaba de gracioso, se distinguía de los otros por la multitud de frases burdas, obscenas, pero extrañas, propias de una imaginación descompuesta, que sin cesar profería. Concha taconeaba fuertemente sobre el suelo, levantando polvo, restregando los muslos, las manos en las caderas, dejando inmóvil el torso.
En fin, ella le coquetea a todo el mundo. Y dime, dejando este ridículo asunto mío, ¿has vuelto a encontrarte con aquella muchacha que también conociste en casa de las Aliaga? ¿De quién se trata, al fin? ¿Has vuelto a encontrarte con ella? Sí, he vuelto a encontrarme con ella. ¿Dónde? Allí, en esa misma casa, volví a verla muchas veces, respondió Julio con dulzura. ¿Y ya te habrás enamorado?
Bruscamente desaparecí a sus ojos tras las cañas; corriendo siempre, di un empujón a la piedra exploradora que esperaba una lluvia, y salté de costado, hundiéndome bajo la hojarasca. Tío desembocó en seguida, a tiempo que dejando de verme, sentía allá en el fondo del pozo el abominable zumbido de un cuerpo que se aplastaba.
Allí se sentaron dejando los caballos amarrados. Tristán se mostraba por momentos más tranquilo, más feliz y más tierno. No sé lo que me pasa, Clara mía murmuraba reclinado a sus pies y contemplándola con embeleso , pero me hallo distinto de lo que hace unos momentos era, distinto de lo que he sido toda la vida.
El teniente, que era un mancebo de veinte años, bastante simpático, dio la orden de colocarse en dos filas, dejando a los presos en el medio. Al poco rato comenzó a llover fuertemente.
Palabra del Dia
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