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Actualizado: 4 de mayo de 2025
¡Yo no quiero morir!... ¡No debo morir!... ¡Soy inocente! Siguió gritando su inocencia, sin dar otra prueba que el desesperado instinto de su conservación. Con la credulidad del que desea salvarse, aceptó todos los consuelos problemáticos de su defensor. Quedaba el recurso de apelar á la gracia del presidente de la República: tal vez la indultase... Y firmó esta apelación con repentina esperanza.
A todas las preguntas que le hicieron, tanto el presidente como los letrados, respondió con admirable serenidad y viveza. Ni un momento le faltó su imaginación. El defensor del P. Gil propuso al fin el careo con D.ª Josefa. Entró ésta de nuevo y clavó una mirada iracunda en Obdulia, la cual le pagó con otra de afectado desprecio.
Esta obra ofrece sólo una serie de escenas poco trabadas entre sí, sin acicalamiento dramático, propiamente dicho, habiendo empleado en ella, como en otras muchas, por ejemplo en El valor no tiene edad y El defensor del Peñón, una manera especial de componer, incompatible con el refinamiento artístico introducido por Calderón; y aunque no nos propongamos defender en absoluto este estilo de las censuras de la crítica rigorosa, parécenos, sin embargo, que se harmoniza con el carácter propio del drama popular; de todas maneras, se leen con placer y con interés las piezas citadas, por la animación con que se describen las costumbres y los móviles del pueblo español durante su período más glorioso, regocijándonos, sobre todo, sus caracteres individuales y su lenguaje natural, libre y animado.
El defensor de éste era un abogado de experiencia e inteligente, pero que carecía en absoluto de las dotes oratorias de su contrincante. Tenía palabra abundante, pero era monótona, pesada, más a propósito para dilucidar algún punto oscuro en un expediente civil que para arrastrar el espíritu del tribunal y del público.
Rápidamente conoció Isidora la proximidad de su mal, y tuvo una de esas inspiraciones de dignidad y honor que son propias en las naturalezas no gastadas. Su debilidad tuvo por defensor y escudo al sentimiento que, por otra parte, era causa de todos sus males: el orgullo. Se salvó por su defecto, así como otros se salvan por su mérito.
La testigo misma se lo había aconsejado para que se librase de una beata tan insufrible. ¿Y no es cierto preguntó el defensor que un mes, poco más o menos, después del regreso de Palencia, la querellante se presentó una noche en casa de mi defendido, y que fue arrojada por él de allí? Sí, señor. Explique cómo ha sido.
La sala de lo criminal de la audiencia de Lancia era una pieza rectangular, grande, oscura, polvorienta. Allá en el fondo, debajo de un dosel de damasco marchito, estaban sentados en sendos sillones de terciopelo los tres magistrados que componían el tribunal. A un lado, el acusador privado, con una mesa delante. Enfrente el defensor. El relator en pie, frente al tribunal.
EL PUEBLO. ¡La mano, la mano del maldito! EL ALCALDE. Señores, un poco de silencio. La justicia, viviente y sagrado símbolo de la Divinidad, no es una palabra vana, y esta justicia se ha impuesto como deber el rendirse a los deseos del pueblo, juicioso defensor de la religión y del trono. EL PUEBLO. ¡Viva! ¡viva! EL ALCALDE. De modo, señores, que la Junta...
Era chato, rojo, rubio, con unos bigotes amarillentos, caídos y lacios como los de un chino; el traje negro, casi de etiqueta, que en aquella taberna llamaba la atención. Yo me constituí en su defensor, y pensé que si se burlaban de él tenía derecho para hacer algún disparate. Nos levantamos los dos.
Mas vms., señores, no se querrán comer á sus amigos; y creen que van á espetar á un jpsuita en el asador, miéntras que el asado es vuestro defensor, y enemigo de vuestros enemigos. Yo soy nacido en vuestro mismo pais; este señor que estais viendo es mi amo, y léjos de ser jesuita, acaba de matar á un jesuita, y se ha traído los despojos: este es el motivo de vuestro error.
Palabra del Dia
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