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LA CONDESA. Usted, querida mía, desea amueblar su palacio; hubiera podido llevarla a casa de algún afamado tapicero, que le habría proporcionado un decorado cualquiera; usted hubiera tenido ese interior banal que se ve en casa de todos los nuevos ricos. Yo he preferido traerla a casa de la señora Maschine. LUCY. ¿Quién es ésta...? ¿Una tapicera...?

El gabinete, también de gran tamaño, con un balcón a la calle de Santa Lucía y dos al jardín, estaba peor decorado aún. Grandes cortinones de damasco, dos armarios de roble sin espejo, un sofá forrado de seda, algunos sillones de vaqueta, una mesa redonda en el centro y algunas sillas correspondientes al sofá; todo bien manoseado y marchito.

Entretanto, las costureras, que habían venido siguiéndolos desde los prados de San Juan hasta las huertas del Alta, y rindiéndoles culto á sus propias expensas, prescindieron también del motivo de las romerías para bailar, y también se bajaron á la población para bailar más tranquilas, y pujaron el alquiler de la mismísima huerta de Santa Lucía, y no hallaron sosiego hasta que lograron bailar en ella con el mismo gas y el propio decorado de las señoras, aunque en distintos días.

Todo el decorado de la alcoba nupcial desapareció en un remolino, y la figura de Laura fue sustituida por Raquel, que era quien la abrazaba y procuraba calmarla. Entonces, despertando del todo, se le representó la escena de su casamiento civil con Muñoz. ¿Me casé ya? preguntó, con la instintiva esperanza de que no se hubiese realizado todavía la ceremonia.

Había allí, en medio de una encrucijada en forma de estrella, un pabellón rústico, adornado su exterior por multitud de plantas trepadoras. El interior estaba decorado con sencillez y eran sus muebles de una elegante rusticidad. Por los ventanales del pabellón cuya luz tamizaban las plantas que a medias los cubrían, distinguíanse hasta perderse de vista las verdeantes avenidas del parque.

LA CONDESA. ¡Se equivoca usted! ¡Era una mujer honrada en toda la extensión de la palabra...! Tomó un amante; pero, al mismo tiempo, tomó un oficio que no lo parecía. Como era muy artista, hízose de improviso profesora de decorado práctico. Va usted a serle presentada, porque le he pedido una cita y nos espera. ¡Ya verá usted...! ¡Es una mujer exquisita...! ¿Subimos...?

Así que echaba a un lado esta tarea metíase en la trastienda oscura, grasienta, pringosa, con un olor a hojaldre que derribaba, y sentándose a una mesa que correspondía en un todo al decorado del recinto, se ponía a jugar la copa de Jerez y los pasteles al dominó con su íntimo amigo D. Baltasar Reinoso, uno de los muchos propietarios de cuatro o cinco mil pesetas de renta que residían en Lancia.

Mis ojos debieron expresar tan sincera admiración que se ruborizó levemente. Papá duerme todavía me dijo. Entonces, me retiro; ya volveré. Nada de eso; pase usted, que no tardará en levantarse. Me obligó a pasar a un salón lujosamente decorado con tapices y objetos antiguos de gran valor.