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Actualizado: 19 de junio de 2025
Mis ojos negros no hacían pensar que yo me impacientase en las tristezas de la espera de un esposo soñado; mis cabellos indisciplinados, de matices cenicientos, no atestiguaban un carácter melancólico, y mi sonrisa no indicaba ninguna decepción del corazón. La abuela sonrió maliciosamente sin dejar de mover la cabeza. Sí, sí; confieso que no has llegado todavía a la decrepitud.
Estaba muy pálida, tenía los ojos enrojecidos y húmedos, como si acabase de llorar. Tal vez le había visto dentro de la iglesia, y esperaba este encuentro á la salida. La naturalidad con que acogió su presencia fué para él una primera decepción. Necesitaba hablar cuanto antes, dar salida á las quejas y recriminaciones que había ido amontonando en los días anteriores.
Su entusiasmo había caído con sus esperanzas, y la decepción material había matado brutalmente al sentimiento ideal que por un instante le había transportado en sus alas. Admiraba en sus adentros la presciencia adivinatoria de la condesa, que siempre intervenía en el momento decisivo y que acababa de detenerle en el borde del abismo en que iba a dejarse caer imprudentemente.
Ella no tiene por qué pensar en estas cosas; pero tengo de ella una idea tal, la considero una muchacha tan discreta y tan sensata, que estoy seguro de que si yo le ocasionara una decepción, la recibiría virilmente, y no se entregaría a extremos ridículos...
Desalentado por esta decepción, siguió paseando. Su mal humor le hizo ver considerablemente agrandada la fealdad del monumento con que la restauración borbónica había adornado el antiguo cementerio de la Magdalena. Pasaba el tiempo sin que ella llegase. En cada una de sus vueltas miraba ávidamente hacia las entradas del jardín. Y ocurrió lo que en todas sus entrevistas.
Estaba seguro de que la decepción sufrida por la pobre niña provocaría en su ánimo una crisis en que, tras la desesperación, vendrían, primero el abatimiento, y luego la resignación. Amando como ella amaba, jamás buscaría lenitivo en el olvido, consuelo en otra pasión, ni venganza en las sugestiones del despecho.
Era imperiosa e infiel, dos rasgos salientes que me hicieron tomarla por la inspiradora ordinariamente de los espíritus dotados. Pero un día, más adelante, comprendí que la visitante que me causó tantas alegrías primero y luego tanta decepción, no tenía nada de lo característico de la Musa sino mucha inconstancia y mucha crueldad.
Santiago, más exasperado aún por la decepción que experimentaba, exclamó: ¡Ni el hierro, ni el plomo, ni yo daremos muerte a ese excomulgado! ¡No iré a bordo, por las mil llagas de San Julián, no, no iré! añadió golpeando violentamente el suelo con el pie.
Y las armas amenazadoras volvían a ocultarse bajo las mantas. Sí, soy de los vuestros siguió diciendo el joven. Soy carpintero, pero me gusta vestir como los señoritos, y en vez de pasar la noche en la taberna, la paso en el teatro. Cada cual tiene sus aficiones... Esta decepción causó tal desaliento en los huelguistas, que muchos de ellos se retiraron. ¡Cristo! ¿dónde se ocultaban los ricos?...
La señorita María Teresa me ha gustado, es distinguida y no se parece, convengo en ello, a todas esas jóvenes alocadas de hoy. La familia es bien honorable; pero vas a tener una decepción: su situación pecuniaria no es tan hermosa como tú imaginabas. ¡Ah! dijo Huberto inquieto ¿hay diferencia grande entre mis cálculos y la realidad?
Palabra del Dia
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