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Lo peor que tiene es aquel aire tan hombruno; ... eso será lo que habrá alejado á mi tutor. Y, ¡diablo! ¡él era un buen mozo cuando joven, á juzgar por sus retratos, y el rompimiento debió ser penoso para la tierna Clementina, que le quería!... ¡Oh!, de veras.

Ya de quién me habla... Moreno; un pobre hombre, un iluso. No nada de él. Insistió Robledo en sus preguntas, pero le fué imposible á Elena encontrar en su memoria una imagen clara y fija de aquel desaparecido. Creo que murió. Se fué á su tierra, y allá debió morir ¿Dice usted que no volvió nunca?... Pues entonces moriría aquí. Tal vez se mató.

Hoy he visto en el cementerio de Bussieres un cuerpo de mujer muy bien conservado, a pesar de haber transcurrido muchos años desde su enterramiento. Debió ser una hermosísima mujer a juzgar por las apariencias. Tiene en el dedo un anillo nupcial y un rosario engarzado en las manos. Parece que está dormida, y espera de este modo el eterno despertar.

Tiempo sobrado nos quedará después para hablar de eso... y entregarme yo a la Guardia civil para que, atado codo con codo, me lleve a la cárcel, y después me den garrote vil en la plaza de Villavieja. ¡A usted, Leto? A , ; porque, en buena justicia, debió de haberme tragado la mar en cuanto la puse a usted en brazos de Cornias.

Considerando la Revolucion Americana como una cadena sucesiva de Revoluciones, que deben confundirse con un centro comun de la libertad en la república he creido deber vincular en este canto el presente y el porvenir de los dos grandes continentes, cuyas cataratas evoco. Su posicion geográfica parece estar indicando en el istmo de Panamá el lazo eterno que los debió ligar.

Del manuscrito del Inventario debió tomar este relato el editor de la Diana, redactándolo más retóricamente, sin que sepamos los motivos que haya tenido Antonio de Villegas para no reclamar la paternidad de la historia.

El verano debió ser para los amantes delicioso, pues Octavio frecuentaba diariamente el palacio de los condes y los acompañaba á todas partes, sin que el marido sospechase de la fidelidad de su consorte. Algunos, sin embargo, quieren suponer que tenía conocimiento de la falta bastante tiempo antes de consumar su venganza, y que la dilató por uno de esos caprichos incomprensibles de su carácter.

Bebía el «pobre Alfredo» para llenar el vacío de su vida frustrada sentimentalmente, pero nunca le debió nada al alcohol; sus borracheras fueron «obscuras», como el fondo de una sima, y al cabo la llama azulenca le abrasó el cerebro y sufrió el horrible dolor de la impotencia en plena apoteosis de gloria y de juventud.

Lo que la joven le dijo debió ser tan importante y halagüeño, que el viejo cabecilla le dijo con voz conmovida, apretándole la mano y dándole un beso en la frente: Hija mía, usted va a ser nuestra salvación. Dios quiere poner en unas manos tan delicadas la suerte de muchos valientes y ¡quién sabe si también el triunfo de la causa!

De manera que, cuando don Manuel murió, solo había en la casa los objetos de su uso y adorno, en que no dejaba de adivinarse más el buen gusto que la holgura, los libros de don Manuel, que miraba la madre como pensamientos vivos de su esposo, que debían guardarse íntegros a su hijo ausente, y los enseres de la escuela, que un ayudante de don Manuel, que apenas le vio muerto se alzó con la mayor parte de sus discípulos, halló manera de comprar a la viuda, abandonada así por el que en conciencia debió continuar ayudándola, en una suma corta, la mayor, sin embargo, que después de la muerte de don Manuel se vio nunca en aquella pobre casa.