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Así debió ser, pero me temo que en los relatos haya mucha exageración de los hombres de pluma, cuentos maravillosos... lo que ustedes llaman «literatura». Ojeda, que escuchaba pensativo, habló a su vez. Y hay que pensar, doctor, en los esfuerzos que costaría llevar al Nuevo Mundo cada uno de esos productos destinados a la aclimatación, en pequeños buques, con la gente hacinada.
La verdad es que Dios debió decir: Crescite et multiplicamini... si os conviene, y si no, no. En fin, ¿para qué tengo el dinero? ¿me da la gana de quedar bien? ¡pues lo hago y San Seacabó! ¡Quién me dice a mí que luego, cuando ande yo rodando de juerga en juerga y de amorío en amorío, no me la encuentro y reanudamos por unos días! ¡También somos burros los hombres!
Debió Jacinta preguntarle algo; sin duda la otra no acertó a responderle. La señora de Santa Cruz se acercó a la puerta que comunicaba con la otra sala. Entonces Fortunata, que se hallaba detrás, dijo: «Se ha quedado dormida».
Aprovecharse, ¿eh? respondí rechinando los dientes . Me parece a mí que aquí hay muchos aprovechados que se van a encontrar con la horma de su zapato. No debió de entender lo que quería decir, porque siguió, con sonrisa plácida, preguntando lo mismo a todos.
Pues, sencillamente, un muerto de allá por el año 98, muerto que, al parecer, debió su muerte a un descuido del médico...
También nos leía los papeles del rey, unos pliegos amarillentos, con agujeritos, como si los hubiesen mordido las lauchas, y escritos con una tinta que debió ser negra y ahora es roja como el hierro viejo... El campo no nos lo dieron de regalo: fue donación por ciertos dineros que el alférez envió a España una vez que el rey tenía sus apuros.
No quedaba duda alguna que se había ideado para adorno de un vestido; pero cómo debió de usarse, y cuál era la categoría, dignidad ó empleo honorífico que en otros tiempos significaba, era para mí un verdadero enigma que no tenía muchas esperanzas de resolver. Y sin embargo, me produjo un extraño interés.
Profunda debió ser la impresión que esta noticia causó en el ánimo de Asunción, porque no volvió a despegar los labios y siguió escuchando consternada las razones de su amiga, que las amontonaba de un modo incoherente, pero con resolución. El paseo se iba poblando poco a poco.
Si efectivamente el duque de Tornos andaba por allí escondido, ¡qué buen rato debió de haber pasado! Ventura, así que vió desaparecer a su esposo por el balcón, se vistió apresuradamente. Salió del cuarto en busca de algún criado. Justamente llegaba Pachín, con una luz en la mano, con la faz descompuesta.
Palabra del Dia
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