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Esta reflexion debió hacer Felipe el Hermoso. ¿Quién puede ocultarse tampoco de las escudriñadoras miradas de los dependientes de un palacio, donde es una especie de comercio los chismes y enredos, dando publicidad en su provecho á todos los defectos de sus soberanos?

Y abrumado por la sorpresa, permaneció erguido, con los ojos desmesuradamente abiertos, apoyando su espalda en la pared, como si temiera desplomarse. Debió lanzar un suspiro; tal vez chocó con demasiada rudeza contra la pared. ¿Quién anda ahí? Y tras larga pausa, contestó a esta voz femenil otra de hombre en tono más bajo, pero que rasgó los oídos de Juanito: Será Miss, que juega.

Don Leonardo Henriquez debió la vida al mulato, pues, según refiere el texto del Archivo Municipal, el tal «cójele en brazos, y metido en una tienda donde fué conocido, lo llevaron á su casa, en coche

Los antiguos refieren que en su tiempo se podía reconocer muy bien al monstruo en los trozos de roca que de él quedaron; por puedo asegurar que todavía distinguí claramente la cabeza y á juzgar por ella el monstruo debió haber sido enorme. ¡Maravillosa, maravillosa leyenda! exclamó Ben Zayb, y se presta para un artículo.

Al ver este retrato se comprende muy bien toda la pasión que semejante mujer debió inspirar a mi padre, y todo el respeto y veneración que debía inspirar después a sus hijos. A pesar de esto, tampoco mi padre era indigno por ningún concepto de atraerse las simpatías de una mujer amorosa y sensible. No era demasiado joven: contaba treinta y ocho años.

Pensaba que el joven se habría desatado en injurias de aquel modo para disimular; y, sin embargo, debió tener un secreto placer en maltratar así á sus enemigos. Pero, ¿de quién sería aquel terrible perro gris que combatía tan valientemente por ella? Nunca había oído á Mauricio hablar de un perro. Puede que fuese de Roussel; en todo caso, le amaba.

Véase la lámina Vista interior de la mezquita. Véase la nota 2, pág. 122. Debió ser en idioma arábigo esta predicacion de los dos cristianos dentro de la mezquita mayor, porque de lo contrario no hubieran sido comprendidos.

Allí, replegada en un rincón, medio desnuda, temblando de frío, había una mujer. Una joven con los cabellos canos... Una ruina como yo... Sin embargo, mis ojos vieron su hermosura... aquella mujer debió tener los cabellos negros y brillantes, y los ojos negros y llenos del fuego del amor. La miré, me miró, se arrancó de su rincón, y se vino a asir los hierros de su jaula.

Aparecen en él el infierno, la muerte y el demonio, que hablan entre de la crucifixión del Salvador; y aunque no se representase por distintos actores, parece indudable que el sacerdote, que lo exponía, debió indicar con las modulaciones de su voz los diversos personajes, en cuyo nombre hablaba. Dedúcese de su lectura que el desarrollo del drama, propiamente dicho, no tardaría en verificarse.

Algunos ratitos le acompañaba; pero pronto se dirigían ella y su colega al aposento más lejano, que era la Furriela. Nunca explicó claramente la marquesa a su amiga cómo había sido aquel feliz arreglo de la famosa apretura del día 14; pero ello debió de ser un préstamo a cortísimo plazo, por lo que se verá más adelante.