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Actualizado: 14 de noviembre de 2025
Era capaz, y demostrado lo tenía, de arrostrar cualquier riesgo grave, si creía que se lo ordenaba su deber; pero no de hacerlo con ánimo sereno, con el hermoso desdén del peligro, con el buen humor heroico que sólo cabe en personas de rica y roja sangre y firmes músculos. El valor propio de Julián era valor temblón, por decirlo así; el breve arranque nervioso de las mujeres.
»El conde me ha dejado ir solo al teatro; y no obstante, ya sabe usted si es apasionado de Verdi. ¿No fue en una representación del Hernani cuando su mirada se encontró por primera vez con la de usted? Pero el pobre muchacho se inmola materialmente a su deber. ¡Qué marido, señora, para aquella que sea su esposa definitiva!
Yo no quiero que Beatriz me ame por caridad, ni por gratitud, ni por miedo de castigo o de venganza, por parte mía o por parte del cielo. No quiero que me ame ni en cumplimiento de un deber moral, ni por consideración a leyes dictadas por los hombres. Quiero que me ame por amor, como yo la amo. »Esto era imposible.
Pero los tiempos andan tales, y crece tanto la depravación del gusto, que empieza a ser ya deber de conciencia en todo el que clara u obscuramente profesa algún género de magisterio literario, alzar la voz cuando una obra maestra aparece, y llamar la atención del vulgo circunstante, para que no pase de largo por delante de ella, y se guarde de confundirla con el fárrago de producciones insulsas y baladíes que son actualmente el oprobio de nuestras prensas.
Hacía una vida muy activa. Leía enormemente. No me malgastaba, me economizaba. El sentimiento repulsivo de un sacrificio se combinaba con el atractivo de un deber que tenía que llenar con respecto a mí mismo. Obtenía de esto cierta satisfacción sombría que no era alegría, menos aún plenitud, pero que mucho se asemejaba a lo que debe ser el altanero placer de un voto monacal bien cumplido.
Podía tolerarse en un hombre cargado de hijos, que siente á todas horas el imperioso deber de su subsistencia y sufre miedo; pero él estaba solo en el mundo. Todos somos desgraciados, príncipe. ¿Quién no conoce ahora el dolor y la muerte?
Pero él comprendió lo que decía y lo que callaba y declaró que el principal deber por entonces era librarse del peligro de la muerte. ¿Quiere usted un suicidio? ¡Oh, no, eso no! Pues si no hemos de suicidarnos, tenemos que cuidar el cuerpo, y la salud del cuerpo exige otra vez... todo lo contrario de lo que usted hace.
Pero ahora, ¿esta noche? Tanto mejor. Agarrados de las manos salieron al camino, al estrecho camino por el que una vez la habían conducido sus cansados pies a la puerta del maestro, y que parecía no deber pisar sola ya más. Miriadas de estrellas centelleaban sobre sus cabezas.
Pero, ¿y si amaba a otro?... Usted ha confesado que sospechaba su nuevo amor... ¿Por qué había de matarse si amaba a otro? ¿De quién podían venir los obstáculos e impedimentos para su nueva felicidad? De ella misma. ¿Qué quiere usted decir? Sus sentimientos sobre el deber, el respeto, la honradez eran elevadísimos. Si usted sospechaba que quería matarse, ¿cómo no le quitó esa arma?
Atormentado por horribles dolores, no dejó de dictar órdenes, enterándose de los movimientos de ambas escuadras, y cuando se le hizo saber el triunfo de la suya, exclamó: «Bendito sea Dios; he cumplido con mi deber». Un cuarto de hora después expiraba el primer marino de nuestro siglo. Perdóneseme la digresión.
Palabra del Dia
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