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Actualizado: 26 de mayo de 2025
En otros días pintaba el Padre Ambrosio el esplendor y la magnificencia de la corte de León X, a quien rendían tributo todas las naciones y prestaban respetuoso homenaje los más altos príncipes y poderosos monarcas. Dábale esto ocasión para ensalzar al pueblo y a los soberanos de España, que pasmosamente cumplían su misión de dilatar por el mundo el imperio de la fe cristiana.
Una renta de escasas treinta mil libras fue todo lo que de la sucesión paterna pudo sacar el joven marqués, y si esta suma era suficiente para asegurar su independencia, no era bastante ni aun adicionada con el ligero suplemento que a título de aguinaldos dábale anualmente su tía, para llenar las necesidades de posición a que se veía obligado un hombre de su clase, representante de toda una estirpe de grandes señores.
Era Rinconete, aunque muchacho, de muy buen entendimiento, y tenía un buen natural; y como había andado con su padre en el ejercicio de las bulas, sabía algo de buen lenguaje, y dábale gran risa pensar en los vocablos que había oído a Monipodio y a los demás de su compañía y bendita comunidad, y más cuando por decir per modum sufragii, había dicho por modo de naufragio; y que sacaban el estupendo, por decir estipendio, de lo que se garbeaba, con otras mil impertinencias a éstas y a otras peores semejantes y, sobre todo, le admiraba la seguridad que tenían, y la confianza, de irse al cielo con no faltar a sus devociones, estando tan llenos de hurtos, y de homicidios, y de ofensas de Dios.
Últimamente vivía con una tal Feliciana, graciosa y muy corrida, dándose importancia con ello, como si el entretener mujeres fuese una carrera en que había que matricularse para ganar título de hombre hecho y derecho. Dábale él lo poco que tenía, y ella afanaba por su lado para ir viviendo, un día con estrecheces, otro con rumbo y siempre con la mayor despreocupación.
Dábale la impresión exacta por lo demás de un escenario visto de día. De la bullente vida tropical, no hay más que el teatro helado; ni un animal, ni un pájaro, ni un ruido casi. Benincasa volvía, cuando un sordo zumbido le llamó la atención. A diez metros de él, en un tronco hueco, diminutas abejas aureolaban la entrada del agujero.
Desde que madrugando había visto a Sabel salir del cuarto de don Pedro, dábale un vuelco la sangre cada vez que tropezaba al chiquillo y notaba el afecto con que lo trataba Nucha a veces. Cierto día entró el capellán en la habitación de la señorita y encontró un inesperado espectáculo.
Imposible le era tranquilizarse, tanto más, cuanto que tenía siempre ante la imaginación la figura de Clara, de rodillas, con los ojos llenos de lágrimas y los brazos cruzados. Dábale compasión y después ira, sucediéndose tan atropelladamente estos dos sentimientos, que creyó sentir como una ebullición en el pecho y un vértigo en la cabeza.
Sentía Julián cosquilleo y agujetas en los muslos, frío en los huesos y pesadez en la cabeza. Dos o tres veces miró hacia su cama, y otras tantas el recuerdo de la pobrecita, que sufría allá abajo, le detuvo. Dábale vergüenza ceder a la tentación. Mas sus ojos se cerraban, su cabeza, ebria de sueño, caía sobre el pecho. Se tendió vestido, prometiéndose despabilarse al punto.
Contrastaba su indisputable aire de gran señor con su traje abandonado y hasta sucio, y dábale todo ello el aspecto de un anciano monarca disfrazado de tendero. Hallábase sentado ante una gran botella de ginebra, que despachaba poco a poco en una inmensa copa de cristal, echando de cuando en cuando algunos terrones de azúcar.
Dábale a entender que sería una tristeza quedar solo, después de haberse acostumbrado a su compañía, y apelaba también, algo grotescamente, a qué dirán, sosteniendo que doña Luz era muchacha y que no debía campar por sus respetos como vieja solterona, que buena y severa que fuese, si vivía sola, habían de decir que era una vaca sin cencerro.
Palabra del Dia
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