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Actualizado: 10 de julio de 2025


¡Qué yo! algún encuentro sentimental; el placer de codearse durante largas horas con el que o la que se ama, el permitirse una libertad de lenguaje que no se podría usar en otra parte. ¡Perverso! se refiere usted a la señora d'Ornay y a Platel... Y la risa musical de María Teresa estalló en un gorjeo, acabando de exasperar a Juan.

Pero, señorita respondió Platel sentándose al lado de la señora d'Ornay, estoy cierto que cuando usted no está, son esos los sentimientos que se manifiestan... ¿Lo cree usted? replicó Diana. Yo pienso que un novelista vale por varias mujeres lindas.

Después, cuando los jugadores hubieron reparado sus fuerzas comiendo sandwiches, muffins, dulces, y vino de Madera, todo el mundo se levantó. Alicia de Blandieres se aproximó a Diana, que hablaba con Mabel d'Ornay, para decirle a ésta, en tono de confidencia: ¡Oh! querida mía, es exquisito, su Huberto Martholl.

Las parientas de la señora Aubry se retiraban, algo azoradas, por la llegada de algunas jóvenes, cuyas toilettes elegantes personificaban, a sus ojos de provincianas tímidas, la temible insolencia del lujo parisiense. Las recién llegadas, Mabel d'Ornay, la señora de Blandieres y sus hijas, manifestaron gran regocijo al ver a Huberto. ¡Qué feliz encuentro, señor Martholl!

Jugando el tennis, Bertrán, en un match con el campeón invencible Roberto Milk, se dejaba batir vergonzosamente por la Inglaterra, ante los ojos atentos de su amigo d'Ornay, experto jugador, quien, furioso, le dirigía vivas recriminaciones. María Teresa, Diana, Mabel d'Ornay, Alicia y Juana de Blandieres, conversaban en la terraza, reclinadas en rocking-chairs.

Yo lo creía a usted en la granja, Dutot, prisionero de Alicia. ¿Ha sido abandonado el paseo? Puesto que usted es tan amable que quiere interesarse por mis acciones, señorita, voy a confesarlo todo. Creo que las señoritas de Blandieres, los d'Ornay y sus amigos han pasado la tarde bajo los manzanos; pero, en verdad, no nada. Diré que me preocupo muy poco de ello.

Pues no es así interrumpió con viveza Diana, yo tengo mi opinión personal; he leído, de Platel, El Valle de los Lirios y La Aventura de la señora Tarbes. Entonces, si lo has leído, no has comprendido, y viene a ser lo mismo que yo te decía. En cuanto a , soy de la opinión de los que, sin haberlo leído, encuentran que tiene talento. Diana estaba mortificada, pero Mabel d'Ornay triunfaba.

Mabel d'Ornay se echó a reír: ¡Mi Huberto Martholl! ¡con qué posesivo comprometedor lo califica usted!... ¡Vaya! ¡ya está usted conquistada, mi pobre Alicia! Decididamente, trastorna la cabeza de todas las jóvenes, nuestro amigo.

Pensaba en los incidentes de la tarde, en su impaciencia, que no había podido disimular, de volver a ver a Huberto, y en el placer mezclado de angustia que había experimentado al encontrarlo siempre encantador, enamorado, amable, ¡pero tan frívolo!... Por turno se presentaron a su imaginación las caras amigas de las Blandieres, de Platel, de la señora d'Ornay.

No proclame su triunfo; Baugrand no ha venido hoy, pero mañana... ¡Ah, ésta es buena! mañana, es el porvenir, y el porvenir es de Dios, según dice el poeta. María Teresa se sonrió, y reuniéndose al grupo de sus amigos, Martholl y ella llegaron en el instante en que Platel declamaba a la linda Mabel d'Ornay: ¡Qué deliciosa vida llevamos!

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