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En este momento se abre con violencia la puerta de la sala y penetra en ella una obesa persona del sexo femenino. Hijo de mi alma, ¿no te has levantado? No ha venido Ramona á llamarte, ¿verdad? ¡Jesús, qué mujer! ¿Dónde tendrá el sentido? ¡Dios me paciencia para sufrirla!... Pues ahora ya no es tiempo. Acaban de pasar á escape por la plaza. La culpa es mía, mamá. Ramona me ha llamado á la hora.

De un modo o de otro tiene que acabarse, y yo afirmo que acabará bien; Gaspar volverá, y entonces nos divertiremos. Juan Claudio llenó las copas y Catalina secose las lágrimas, murmurando: ¡Y pensar que esos bandidos tienen la culpa de lo que nos pasa! ¡Ah! ¡Que vengan, que vengan por aquí!

Iba a buscarme para llorar en mi presencia porque la había perdido, porque la había perdido por su propia culpa, y quería que yo, yo, le ayudase...

Calculó, pues, en esta ocasión, que rendirse sin condiciones no era triunfo, sino derrota; que podría suceder que el Conde, verdadero triunfador, volviese a doña Beatriz, ocultándole una infidelidad efímera o pidiéndole perdón de su culpa. Sólo con pensarlo temblaba Elisa de despecho.

La costumbre de ver y oír diariamente los dichos y modales que son la moneda de nuestro trato social, es culpa de que no salte su extrañeza tan fácilmente a nuestros sentidos; mi amigo no pudo menos de abrirme el camino que el hábito tenía cerrado a mi observación.

Pues bien; calla que me has puesto al corriente de los amores de D. Carlos y Doña Clara, y calla también cuanto sabes acerca de estos amores. ¡Tío, por amor de Dios! No me crea V. tan amiga de contarlo todo. El pícaro idilio tiene la culpa. Sin el idilio, ni á V. le hubiera yo confiado nada.

Por vida de Lanfusa la discreta, Que si no se me dice quien son estos Togados de bonete y de muceta: Que con trazas y modos descompuestos Tengo de reducir á behetria, Estos tan sosegados y compuestos. Por Dios, dixo Mercurio, y á fe mia, Que no puedo decirlo, y si lo digo, Tengo de dar la culpa á tu porfia.

Uno de aquellos días en que tuvo ocasión de echarle a la muchacha en cara lo que ella llamaba su «ingratitud», tantos cargos terribles la hizo y de tales apariencias de indignación adornó su resentimiento, que la niña llegó a creer en la posibilidad de su culpa.

Brillaron hostilmente sus ojos, no sabiendo Isidro ciertamente si este furor era por su insolente amenaza o por el convite propuesto. «Buenos díasLa culpa era de él, que hablaba con locos. Y le volvió la espalda, alejándose. Maltrana se dejó caer en un sillón. Sentíase cansado: este «querido amigo» sólo era generoso para caminar.

Sobre todo, si es desgraciada será por culpa suya, por no tomar la cosa naturalmente.