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ABIND. Esos ojos, A quien por justos despojos Mil almas quisiera dar. ¿No respondéis? Culpa os doy, Lengua de fuego inhumano. No me miran como a hermano; No es posible que lo soy. Pues ¿preguntaré a la boca? Esta no dirá verdad, Cuando pura voluntad El instrumento no toca. Pues ¿a los tiernos oídos? Pero ya con escucharme, O pretenden consolarme O quitarme los sentidos.

Pero había para Ester Prynne una vida más real en la Nueva Inglaterra, que no en la región desconocida donde se había establecido Perla. Su culpa la cometió en la Nueva Inglaterra: aquí fué donde padeció; y aquí donde tenía aún que hacer penitencia.

La marquesa culpa de esta singularidad, que no la desagradó, a la caprichosa y siempre impenetrable Leticia. El hecho es que de allí salieron, como pudieron haber salido de otro punto cualquiera, y que nunca como entonces pudo decirse con mayores visos de verdad, que por donde iban no dejaban títere con cabeza.

Sírvame de excusa que ya mi mayor delito había sido varias veces confesado, y la consideración de que cada vez que le confieso de nuevo hago sabedora á una persona más del deshonor de quien me ha dado su nombre. Todo lo sabe V. sin que yo se lo haya dicho. Bendito sea Dios, que me humilla como merezco, sin que yo, tan culpada, cometa la nueva culpa de infamar á mi pobre marido.

Mujer, llévate, llévate de una vez de mi casa este cachorro de tigre dijo Benigna, entrando muy soliviantada . ¡Virgen del Carmen, mi bandeja de arroz con leche! Los chicos de Villuendas saltaban gozosos. «Vosotros tenéis la culpa, bobones; vosotros que le azuzáis» díjoles la tiita, que en alguien tenía que descargar su enfado.

El dia de la Concepcion de nuestra Señora predicó en la catedral contra la inmunidad de la culpa original, tan desembozadamente, que el cabildo y auditorio quedaron escandalizados de su atrevimiento. Alborotóse el concurso, dió cuenta el cabildo á su prelado, y el obispo reprendió públicamente con aspereza al predicador prometiendo que no volveria á oirse su voz en la iglesia.

Ha de tenerse en cuenta interrumpió Domingo, que mi mujer considera cierta costumbre social, con frecuencia discutida por hombres de talento superior, como un caso de conciencia y un acto obligatorio. Pretende que el hombre no es libre e incurre en culpa cuando no procura labrar la dicha de alguien pudiendo hacerlo. Entonces, ¿nunca se casará usted? insistió la señora de Bray.

El tenía la culpa de que el muchacho hubiese emprendido el loco viaje á cuyo final le esperaba la muerte... La devota Cinta se representaba esta desgracia como un castigo de Dios, siempre complicado y misterioso en sus designios. La divinidad, para hacer expiar al padre sus culpas, mataba al hijo, sin pensar en la madre, á la que hería de rebote. El piloto se marchó.

Muchos días maldecía de su barbarie, pero no se determinaba a marcharse. Decidió en su fuero interno que la culpa de todo era de Bautista y esta decisión le tranquilizó. ¿Dónde se ha metido ese hombre? se preguntaba.

Entonces estaba yo en amores, no se ría Vd., en amores, hasta encariñada, con un hombre ¡más bueno! Desgraciadamente su familia le apartó de ... y con él perdí la última esperanza de poder ser juiciosa y relativamente honrada. Después entré en relaciones con el vizconde de Manjirón o sea Pepe García, el que se mató por mi culpa.