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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Véase con mi mayordomo para que le devuelva lo que haya sobrado de la barrita; pues como usted no cuidaba de su traje, sin duda porque no tenía tiempo para pensar en esa frivolidad, yo me he encargado de comprárselo con su propio dinero. Vaya con Dios y con mi bendición.
Abrazó al profesor, y la satisfacción le rebosaba por ojos y boca en forma de lágrimas y babas. Desde aquel día, el hombre no cabía en sí: trataba á su hijo, no ya con amor, sino con cierto respeto supersticioso. Cuidaba de él como de un ser sobrenatural, puesto en sus manos por especial privilegio.
Se explicarán ustedes perfectamente que, consagrado por completo a su amor y a sus penas, Arturo apenas se cuidaba de sus asuntos; pero yo me interesaba por él y observaba con pesar que tomaban un sesgo enojoso.
¿No te da vergüenza llorar por un pájaro, tonta? Tienes razón repuso la niña, haciendo esfuerzos por reír y secándose la lágrima con el pañuelo . Pero me había encariñado con él como con una persona... Ya ves..., ¡hacía tres años que le cuidaba!... El rocío de la Gracia seguía cayendo copiosamente sobre el alma de la primogénita de los señores de Elorza.
La de Raynal manifestaba una alegría de niña; encontrábase en su elemento y recibía con majestuosa condescendencia, digna de la condesa, los homenajes de la jardinera, que cuidaba el inmueble y que fue a ponerse a las órdenes de los «parientes» de sus propietarios, como aquellas señoras habían sido designadas, por una ingeniosa delicadeza, en la carta anunciando su llegada y poniendo generosamente la casa a su disposición por todo el mes de julio.
De este patio, así como de un jardín más extenso, con honores de huerta, que había a espaldas de la casa, cuidaba doña Luz con esmero. Hasta hacía venir flores y plantas, que jamás se habían conocido en Villafría, y solía aclimatarlas.
Mientras tanto, nadie se cuidaba de preparar a aquella pobre madre para el golpe atroz que la amagaba; y feliz ella con la carta de Juanito, disponíase, con la exagerada previsión del cariño que se complace en forjar necesidades que no existen, por el solo gusto de ponerles remedio, a preparar las habitaciones de aquel hijo querido que, no obstante su ingratitud y sus defectos, se le presentaba entonces como el modelo más acabado de amor de hijos.
Por las mañanas iba á sorprenderlo en su lecho, como á un pequeñuelo, y besaba con devoción aquella carne de atleta, que era su propia carne, metamorfoseada. Todo le parecía mezquino y pobre para este mocetón hermoso como un dios antiguo; cuidaba de su cama, de su tocador, de su persona, con el fanatismo de una amorosa; registraba sus bolsillos, para renovar incesantemente los regalos de dinero.
El tío Zarandilla pasaba las horas sentado en uno de los bancos al lado de la puerta, mirando fijamente, con sus ojos opacos, los campos de interminables surcos, sin que el aperador le regañase por su indolencia senil. La vieja quería a Rafael como un hijo. Cuidaba de su ropa y su comida, y él pagaba con largueza estos pequeños servicios. ¡Bendito sea Dios!
El cual, por lo demás, andaba de puntillas, sin tropezar en nada; y hasta consiguió taparla, sin que ella lo sintiera, un poco de la espalda blanquísima, por donde estaba cogiendo frío. Era en casa de su Serafina el mismo galán fino, pulcro, suave y mañoso que cuidaba a su mujer, a su tirano, como las manecitas negras de los palacios encantados.
Palabra del Dia
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