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Actualizado: 29 de junio de 2025
Algunos que descollaban por su estatura pertenecían a una raza de hombres de pelo rojo, de piel blanca, velludos hasta la punta de los dedos y tan fuertes que podrían arrancar de cuajo una encina. Entre éstos se encontraba el viejo Materne del Hengst y sus dos hijos Frantz y Kasper.
No era el caso de discutir proposiciones, sino de extirpar de cuajo las bubas aquellas y cicatrizarlas para siempre con el fuego purificador. Nada de complacencias, ni melindres. ¡La podrido a la hoguera, y amén! ¡Ah! ¡qué sería de España si llegara a verse desgarrada por una guerra de religión como las naciones del Norte! Sus enemigos no dejarían escapar la coyuntura.
Claro está que hay largos períodos históricos de una luz, y largos períodos históricos de otra. En su mundo hay seres animados, de proporciones tan gigantescas, que nosotros ni siquiera las concebimos. Una avispa para ellos es más que lo que sería para nosotros el Nevado de Sorata, si arrancándose él mismo de cuajo, animándose y echando alas, se pusiese a volar y se nos mostrase por el aire.
Mira, Concha, no me busques las cosquillas, porque aunque eres una mocita de sandunga y tienes los ojos muy picarones, y la boca como una cereza, un día te encuentras, sin saber por dónde vino, con un revés que te arrancará de cuajo esa carrerita de perlas que me estás enseñando.
Pero Manín se incorporó un poco en la butaca y dijo restregándose los ojos con los puños: Nunca tuve más que un dolor en la paletilla. Me dio cargando un carro de hierba y me duró más de un mes. No probaba bocado. Parecía que tenía allá dentro una gafura que me iba royendo el cuajo.
El guapo, á quien el amor y los pesares no habían podido arrancar de cuajo su inveterada arrogancia, gozaba con las preferencias de la bella y los celos del muchacho. ¿Dónde va tu novio tan encandilao? díjole sonriendo con orgullo, viendo salir al joven del aposento como un huracán. Déjalo respondió ella haciendo una mueca de desdén.
Sí, mujer; pero ya no podrá ser hasta mañana, porque este marido tonto que me ha dado Dios, salió antes de las ocho a tomar la casa y avisar el carro, y ya ve usted a qué hora se descuelga por aquí, con todo ese cuajo, sin haber hecho nada. Bastante he corrido, chica: A las nueve entraba yo en casa de mamá con el contrato para que lo firmara.
Era como árbol frondoso, rico en flores y frutos, cuyas raíces no penetraban hondo en la tierra y que el ímpetu de los vientos podía sacar fácilmente de cuajo. Era como la estatua simbólica, que Nabucodonosor vio en sueños, con la cabeza de oro y los pies de barro y que una piedrecilla, que de improviso rodó de la montaña, desmenuzó y redujo a polvo.
Palabra del Dia
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