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La mano fina, aristocrática, trazaba rayitas paralelas en el margen de una cuartilla, después, encima, dibujaba otras rayitas, cruzando las primeras; y aquello semejaba una celosía. Detrás de la celosía se le figuró ver un manto negro y dos chispas detrás del manto, dos ojos que brillaban en la obscuridad. ¡Y si no hubiese más que los ojos!

16 Y como se hizo tarde, descendieron sus discípulos al mar; 17 y entrando en un navío, iban cruzando el mar hacia Capernaum. Y era ya oscuro, y Jesús no había venido a ellos. 18 Y el mar comenzó a levantarse con un gran viento.

Y con esto levantose la hermosísima viuda, y tras ella, Margarita y Cervantes a comer con ella se fueron. De como se iban, cruzando los amores y apercibiéndose a una ruda batalla los celos. Tal era la mesa de doña Guiomar, y tan alhajada de ramilletes y vajilla de oro y plata, que no la mesa de una dama particular parecía, sino la del opulento Lúculo.

Esperaste en Dios y venciste: confiaste tu venganza en la Providencia y la Providencia te la dió cumplida. Veo aun á el Hakem cruzando á pasos descompuestos los salones de su alcázar, lleno el corazon de pesares y de remordimientos.

Cargó con él la moza, y D. José y su ahijada se quedaron solos en presencia de las papeletas. «Es preciso echar un esfuerzo, echar mano de todo. ¡Cuánta papeletaexclamó el santo varón cruzando sus manos con ademán piadoso. Isidora las pasaba, las leía, las iba contando. ¡Ay!

Se abrochaba su vestidillo humilde diciendo: «Ya tengo otra vez la librea de la miseria». Eponina salió, dejándolos solos. De repente Isidora se fue derecha hacia Miquis, y cruzando las manos delante de él, le dijo con acento de intenso dolor: «¡Amigo, estoy desesperada! ¿Qué tienes? le preguntó él, sintiendo ante aquella pena y aquellas lágrimas una cobardía dulce. ¡Estoy desesperada!

Otros oían la misa de pie, irguiendo su descarnada cabeza, que presentaba un perfil de pájaro de combate, cruzando sobre el pecho las manos siempre negras, enguantadas de lana en el invierno y de hilo en el verano.

Navegaba lentamente con sólo algunas velas, cruzando y recruzando las mismas aguas. Kaledine, al transcurrir dos días, empezó á inquietarse. Varias veces oyó Ferragut cómo murmuraba el nombre de Gibraltar. El paso del Atlántico al Mediterráneo era el mayor peligro para los que él esperaba.

¡Madre de Dios! exclamó la Nela, cruzando las manos . ¿Tendrá eso algo que ver con lo que yo siento? ¿Qué? Que estoy en el mundo para ser tu lazarillo, y que mis ojos no servirían para nada si no sirvieran para guiarte y decirte cómo son todas las hermosuras de la tierra.

¡Bah! ya lo creo dijo el alférez cruzando con su palabra la contestación de Juan Montiño , es verdaderamente maravilloso; ya sabéis que yo meneo bien los hierros. por cierto. Pues bien, antes de venir aquí, supliqué á ese caballero tuviese la bondad de manifestarme su destreza, porque ya sabéis que don Bernardino es diestro. Yo no quería ser testigo de un asesinato.