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Aquí la sacra fuente cabalina Sus cristalinas aguas vierte y riega: Aquí la gran Minerva á la contina Sus tesoros reparte y los entrega A todos con largueza muy benina; Y aquí muy de ordinario en esta vega La bella y casta Diosa se pasea, Y con sus compañeras se recrea. Mas al isla conviene dar la vuelta, Dejando aquesta Armada en este punto.

Y el mar, que bajo la sombra del vapor era oscuro como la noche, del lado del oriente brillaba como un inmenso espejo, agitando sus escamas en un vaiven interminable que multiplicaba los efectos de luz en las cimas de las olas, y las medias tintas y las sombras fugitivas en los intersticios momentáneos abiertos al quebrarse las grandes moles cristalinas y espumantes.

Todo el camino es admirable: de Bellinzona á la frontera de Italia se encuentra el Lago Mayor, con sus cristalinas y azuladas ondas: la campiña está bien cultivada, recuerdo que el víñedo está plantado con mucho gusto, abrazadas las vides, formando pabellones. En todos los pueblos del canton del Tesino, se ven en las paredes imágenes de santos, en especial de la Virgen.

En el fondo de ese horizonte de primores artisticos y trabajos de cultivo refinado, de toda esa decoracion de palacios y casas campestres elegantes, dormían las ondas cristalinas y azules de la bahía, contrastando con la multitud de conos caprichosos, brillantes á la luz del sol, de espesa nieve aglomerada al pié de los árboles y los enrejados, los setos y los grupos artísticos de invernáculos y alamedas enanas.

El llano Boliviano, que tiene mas de treinta leguas de ancho, te dilataba á mis piés por derecha é izquierda hasta perderse de vista, ofreciendo tan solo pequeñas cadenas paralelas, que parecian fluctuar como las ondulaciones del Oceano sobre esta vastísima planicie, cuyo horizonte al norueste y al sudeste no alcanzaba yo á descubrir, al paso que hácia el norte veia brillar, por encima de las colinas que lo circunscriben, algunos espacios de las cristalinas aguas del famoso lago de Titicaca, misteriosa cuna de los hijos del sol.

Huertas deleitosas, jardines encantadores matizaban la sierra donde estás sentada; bullian donde quiera entre los pomposos ramajes de tus árboles aguas cristalinas bajadas de lo alto de los cerros, estraidas de las mas hondas concavidades de la tierra.

El canal termina entre manglares para perderse en las ondas cristalinas de la bahía, sumamente prolongada hácia el interior; la brisa del Atlántico sopla con vigor; la ancha vela del bote se desplega y flota de proa á popa; el horizonte se ensancha; las aguas toman el olor, el color y la aspereza de las aguas marinas; los remos dejan de agitarse; el tiburon persigue implacable á ejércitos de peces primorosos; las colinas de la costa se ofrecen á la vista; se siente el sordo y lejano mugido del mar; el mundo de las selvas acaba, el del abismo infinito comienza; y al fin, surcando una bahía de admirable belleza, que ensancha el corazon y da la primera nocion de la majestad del Océano, el viajero ve á Cartagena, bella, melancólica, romántica, sentada entre dos bahías, como una garza nadando en el Atlántico; y el Colombiano, el Granadino, amante de la libertad y de las glorias de un pueblo heróico, no puede menos que levantar la voz y saludar á la vieja y noble ciudad, diciéndole con el arrebato de la admiración; «Salve, gloriosa Cartagena, tierra del heroismo supremo y la abnegacion, cuna de poetas y mártires, sepulcro arrullado por las ondas, escombro de la opulencia que fué para no resucitar sino en un lejano porvenir

Nada tan puro como los aires de aquel convento, situado en el campo á legua y media del más cercano pueblo, en un cerro ventilado y alegre y en medio de frondosas arboledas. ¿Consistiría en las aguas? ¡Pero si las aguas bajaban de la próxima sierra, delgadas, copiosas y tan cristalinas que ni con la imaginación podían suponerse mejores! ¿Los alimentos?

Y ambos se emparejaron y se pusieron a caminar al paso, unas veces vivo, otras muerto, de sus cabalgaduras. Conforme se alejaban de la villa industrial, el paisaje iba siendo más ameno. La carretera bordaba las márgenes de un río de aguas cristalinas, y era llana y guarnecida de árboles.

A poco de pasar el viajero el pequeño puente de madera de Asang, y dejar á su espalda la tajada roca, por cuyo granítico plano vierten los vecinos montes cristalinas aguas, que la previsión del natural detiene en tanques de piedra, se divisan las primeras casas de la ciudad de Agaña, presentando su entrada una espaciosa calle formada en su mayoría de pequeños edificios de tabla y teja, entre los cuales sobresalen algunos de piedra y otros de cogon y palma.