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En la parte posterior del presbiterio, allá en lo alto hay una doble línea de estátuas ennegrecidas por los siglos: se conmueve, se estremece el cristiano al verlas á la luz del crepúsculo suspendidas en el muro.

En este día de fiesta, como en todas las demás ocasiones durante los siete últimos años, llevaba Ester un traje de paño burdo de color gris, que no tanto por su color como por cierta peculiaridad indescriptible de su corte, daba por resultado relegar su persona á la obscuridad, como si la hiciera desaparecer á las miradas de todos, mientras la letra escarlata, por el contrario, la hacía surgir de esta especie de crepúsculo ó penumbra, presentándola al mundo bajo el aspecto moral de su propio brillo.

Aquella ciudad, profanada por los judíos y los moros, antojábasele a Ramiro, sumida como un solo ser, en inmenso dolor religioso; y, a la hora del crepúsculo, creía respirar a través de sus calles, errante hálito de vigilia, un aliento febril de insomnio, de penitencia.

El cielo límpido tenía el color violeta del crepúsculo. A ras del agua aparecían esparcidas algunas nubes blancas de caprichosos perfiles. El sol se había hundido tras de ellas, coloreando el horizonte de un rojo cegador que poco a poco iba palideciendo. Sobre este fondo de oro se recortaban las nubes tomando el contorno de formas humanas. Mina se extasiaba en su contemplación.

A la entrada de este sendero apareció un hombre a caballo, al que se distinguía difícilmente a la pálida luz del crepúsculo; se detuvo de pronto, pareció conferenciar con algunos de sus compañeros, sin duda ocultos entre los áloes, y después arrojó al aire un cigarrillo encendido que describió una ligera faja de fuego.

Su canción monótona, dulce, evocadora, flota en el crepúsculo bañado de azúl, parece que ríe, parece que llora, como una quimera de la juventud. A veces la noche, como novia loca, me sorprende triste en el tosco umbral, pensando en aquella muy amada boca que me brindó un día venturanza y paz.

De tan extraña manera se encontraron en el crepúsculo de aquella selva, que parecía como si fuese la primer entrevista que tuvieran más allá del sepulcro dos espíritus que habían estado íntimamente asociados en su vida terrestre, pero que ahora se hallaban temblando, llenos de mutuo temor, sin haberse familiarizado aún con su condición presente, ni acostumbrado á la compañía de almas desprovistas de sus cuerpos.

María de la Luz volvió a ocultar su cabeza entre los manos. Nunca: no hablaría: bastante llevaba dicho. Era un tormento superior a sus fuerzas. Si Fermín la quería un poco; debía respetar su silencio, dejarla en paz, que harto lo necesitaba. Y el estertor de sus lloros, rasgó de nuevo la calma del crepúsculo. Montenegro mostrábase tan desalentado como su hermana.

Y sin embargo, bien sabía Dios que él no había hecho mas que defenderse; que sólo deseaba mantener á los suyos sin causar daño á nadie. ¿Qué culpa tenía de encontrarse en pugna con unas gentes que, como decía don Joaquín el maestro, eran muy buenas, pero muy bestias?... Terminaba la tarde; el crepúsculo cernía sobre la vega una luz gris y triste.

El baile continuó hasta que al entrar la noche se retiraron los convidados, muchos de los cuales destacaban, sobre las últimas vislumbres del crepúsculo, la silueta oscilante en el caballo que por sólo marchaba a la querencia.