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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Ordené que los llevasen debajo de una enramada, donde queriendo volver á poner en su lugar las entrañas á este último, fué necesario cortarle parte de ellas.
Pero, ¿cómo podrás batirte en duelo con el señor L'Ambert, con arreglo a la costumbre de este país? Jamás has manejado una espada. ¿Qué haría yo con una espada? Quiero cortarle las narices, te repito, y una espada no me serviría para eso... Si al menos tirases bien con pistola... Pero, ¿estás loco? ¿cómo habría de cortar a ese insolente las narices con una pistola? Yo... ¡Sí, es cosa resuelta!
Es usted afortunado, viejo bribón; la institutriz le ayudará á tener paciencia. Debo cortarle la lengua ó las orejas, Arturo dijo á media voz el señor de Bevallan avanzando hacia su interlocutor, y haciéndole una rápida seña para que notara mi presencia. Se pasó entonces en revista, en una encantadora mezcolanza, todos los caballos, todos los perros y todas las damas de la comarca.
Hace años salió el cuerpo de un rey con su corona de oro y pedrería... Traíala tan bien puesta, que no se le pudo arrancar y fué menester cortarle la cabeza.... ¡Con cuántos náufragos no habrá hecho lo mismo vuestra codicia! Aquel era un rey de morería. La sangre que le manaba del cuello era negra.
No fué esto por humanidad, sino porque los obreros que sujetaban con garfios de hierro las rocas aportadas por él exigían descanso. Gillespie pudo vagar durante la mañana por la costa inmediata al puerto. Un buque de guerra navegaba paralelo á la orilla para cortarle el paso si se echaba al agua. Una máquina aérea le seguía con perezoso vuelo.
Entregaronse ambos prisioneros, pero con diferente suerte, porque al uno le apartaron para quitarle la vida, y al otro para darle libertad. Honraron con grandes demostraciones de contento á Montaner, y á Palacin mandó Rocafort cortarle luego la cabeza, sin darle mas tiempo de vida de lo que el verdugo tardó á darle la muerte, y sin que persona alguna se atreviese á replicar sobre ello á Rocafort.
Le dominaban dos pasiones: la de controvertir y disputar, y otra, muy dulce y pacífica, el tresillo nocturno en casa de Sarmiento, con el P. Solís, don Cosme, y algunos más. Baltronero como el mejor, a causa de la vehemencia de su carácter, cuando tomaba la palabra era imposible cortarle la hebra del discurso.
Tres son ruritanos, uno francés, uno belga y el otro compatriota de usted. Y todos ellos dispuestos a cortarle el pescuezo a cualquiera, si el Duque se lo manda. Quizás me corten el mío se me ocurrió decir. Es muy posible asintió Sarto. ¿Quiénes son los que están aquí, Tarlein? De Gautet, Bersonín y Dechard. ¡Los extranjeros! Es más claro que la luz del día.
El licenciado Polo le responde, Que no quiere èl hacer esa torpeza: Que no halla derecho, ni por donde A aquel Inca cortarle la cabeza; Y que si causa él tiene, y no la absconde, Se la muestre, y harálo sin pereza: Mas sin otro recado, que no quiere Ponerse al riesgo y mal que le viniere.
Los caballos, aunque espoleados duramente por los que los montaban, no tuvieron fuerza bastante para descuartizar al indio, y á éste, descoyuntado, después de tirar de él un rato en distintas direcciones, tuvieron que desatarle de los caballos y cortarle la cabeza.
Palabra del Dia
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