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Actualizado: 13 de junio de 2025
Sentía la certeza del triunfo, la corazonada de las tardes gloriosas. La corrida fue accidentada desde su principio. El primer toro «salió pegando» con gran acometividad para las gentes de a caballo. En un instante echó al suelo a los tres picadores que le esperaban lanza en ristre, y de los jacos dos quedaron moribundos, arrojando por el perforado pecho chorros de sangre obscura.
¡Sarasa! suspiró otra con entonación afeminada. Gallardo enrojeció de cólera. ¡Esto a él! ¡Y en la plaza de Sevilla!... Sintió la corazonada audaz de sus tiempos de principiante, un deseo loco de caer ciegamente sobre el toro, y fuese lo que Dios quisiera. Pero su cuerpo se resistió a obedecerle.
Aprovechándome de él, casi llegué hasta tolerarle y autorizarle, impulsada por el despecho y por mortificar a mi orgullosa parienta; pero yo sabía que aquella corazonada infantil concluiría con el tiempo y la distancia, como en efecto ha concluido. Oí con estupor las palabras de la condesa, que iban esparciendo densas oscuridades delante de mis ojos.
Verdaderamente, no era lógico. Hay momentos en que siento una alegría inexplicable: el aviso misterioso de que voy á recibir una buena noticia; la misma corazonada de los días en que llego al Casino segura de ganar... y gano. He escrito al rey de España, que se ocupa de la suerte de los prisioneros y muchas veces hasta consigue que los devuelvan á su patria.
Las dichosas estacas tenían más enamorados que muchacha bonita y ya se sabe que para hombres que se apasionan del bien ajeno, sea hija de Eva o cosa que valga la pena, no hay obstáculo exento de atropello. Una mañana levantóse don Antonio con el alba. No había podido cerrar los párpados en toda la santa noche. Tenía la corazonada, el presentimiento de una gran desgracia.
Todo lo contrario: se me figura, no sé por qué... esto es cosa de presentimiento, de adivinación, de corazonada... se me figura que usted, si la sacuden bien, así como otros cuando los apalean sueltan bellotas, si la sacuden bien, digo, ha de dejar caer alguna flor. Fortunata dijo que sí con la cabeza, y el dogal que en el cuello sentía empezó a aflojarse.
Era la corazonada misteriosa que en el redondel le hacía desoír las protestas del público, lanzándose a las mayores audacias siempre con excelente resultado. Cuando salió ella del templo, volvió a mirarle sin extrañeza, como si hubiese adivinado que iba a esperarla en la puerta.
Claro, de un lado la pone así la proximidad de Álvaro. ¿Y del otro? Del otro la ponen así... las majaderías de su esposo que me está dando jaqueca. En efecto, estaba inaguantable don Víctor con sus versos, por buenos que fueran. Álvaro, en cuanto vio a la Regenta en el salón, sintió lo que él llamaba la corazonada.
Lo que Luz no recordaba bien era el timbre de la voz de su acompañante de allá; pero en cuanto oyó hablar al otro de carne y hueso, exclamó para sí con nuevo asombro: «¡El mismo!» Este otro la dijo que había ido a buscarla allí, porque una corazonada le había declarado que allí la encontraría.
El instinto de conservación despertó con ímpetu. «Había que defenderse. Si el otro volvía a disparar iba a matarle; ¡era don Víctor, el gran cazador!». Mesía avanzó cinco pasos y apuntó. En aquel instante se sintió tan bravo como cualquiera. ¡Era la corazonada!
Palabra del Dia
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