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Actualizado: 28 de julio de 2025
Como medida de precaución, acordose la partida, y mientras los convidados se despedían, llamaron a sus domésticos e hicieron ensillar sus caballos. »Entonces me encontré sola un momento con el terrible Eduardo, el eterno cazador, y me fue fácil conocer que brillaba menos en el salón que en la mesa.
Poco después de anochecer comenzó a cavilar... las cosas se le caían de las manos... no estaba su voluntad en lo que hacía... De pronto se dibujó en sus labios una sonrisa y los ojos le brillaron entre alegre y maliciosamente.... Los amos habían ido al teatro con sus convidados, para hacer tiempo... Aún tardarían bastante.
Contábase que en uno de estos almuerzos al cual asistía un príncipe extranjero, ofendida la joven al fin por el lenguaje que se tenía en su presencia, había abofeteado a uno de los convidados; algunos pretendían que había sido a su mismo marido, otros que al mismo príncipe.
Vengamos al caso: dieron las cuatro y nos hallamos solos los convidados.
«Luego le mandaré a usted una perdiz y dos entrecotes dijo a Rosalía azotándola con su abanico . No, no me lo agradezca... Si yo no lo he de probar. A mí me sobra carne... Ayer he repartido entre los vecinos un solomillo magnífico que mandé traer de la plaza del Carmen, esperando tener convidados... ¡Si viera usted aquella pobre gente qué agradecida...! Mi casa es la Beneficencia.
Sea que el detalle de etiqueta hubiese desagradado a cierto número de convidados, sea que hubiese en el aire uno de esos vagos presentimientos precursores de las grandes catástrofes, el principio de la comida fue silencioso y frío.
Díjele que sí, sin saber lo que me decía, que era yo tan inocente como cuando entré en el convento; y el casamiento se hizo con gran pompa y regocijo, como a nuestra riqueza y nobleza convenía; y antes de que el festín de las bodas se terminase, díjome mi aya doña Agueda no sé cuántas cosas, que yo no pude entender; y luego, cuando acabada la fiesta se fueron saliendo de casa los convidados, la madrina me dijo otras cosas que tampoco entendí; y rodeada de las doncellas, de honor, lleváronme a lo que mi madrina llamaba el tálamo, y que yo no sabía qué cosa fuese, y metiéronme en una habitación o cámara lujosamente ornada, en la que había un gran lecho todo guarnecido de blanco, y adornado con flores, y allí me dejaron sola y suspensa, cuando a poco he aquí que entró mi esposo pálido y convulso, y alentando apenas, y a mí se vino a abrazarme; visto lo cual, yo me hice atrás tres pasos, y espanteme y extendí hacia él los brazos, como para impedir que me tocase.
En el salón se oyó la voz de algunos que decían adiós al Marqués... ya no quedaban en la casa más que los convidados.... Glocester, sacando fuerzas de flaqueza, se levantó, tendió la mano a doña Rufina, y salió diciendo chistes, haciendo venias y prodigando risas falsas.
Los días en que mi amigo no tiene convidados se contenta con una mesa baja, poco más que banqueta de zapatero, porque él y su mujer, como dice, ¿para qué quieren más? Ya se concibe, pues, que la instalación de una gran mesa de convite era un acontecimiento en aquella casa; así que se había creído capaz de contener catorce personas, que éramos, una mesa donde apenas podrían comer ocho cómodamente.
Amaury, después de besar la mano a Magdalena que sonrió y le siguió con la vista hasta la puerta, salió del aposento. Cuando llegó al salón ya se habían marchado todos los convidados. Entonces ordenó que le arreglasen su cuarto y se acercó al de Magdalena, deteniéndose junto a la puerta y procurando escuchar desde allí lo que adentro se hablaba.
Palabra del Dia
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