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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
Cuando la anciana condesa abandonó el salón para ir a ver a la enferma, se encontró con el aparato roto y derribado por el suelo y a Germana con una fiebre violenta. Se la atendió como se pudo hasta el regreso del doctor Le Bris, que llegó a caballo, a media noche. Todos los convidados pernoctaron en la villa para saber con más prontitud las noticias.
Algunos vecinos que habian socorrido les diéron la ménos mala comida que en tamaño desastre se podia esperar: verdad es que fué muy triste el banquete; los convidados bañaban el pan en llantos, pero Panglós los consolaba sustentando que no podian suceder las cosas de otra manera; porque todo esto, decia, es lo mejor que hay; porque si hay un volcan en Lisboa, no podia estar en otra parte; porque no es posible que no esten las cosas donde estan; porque todo está bien.
Los convidados hablaban todos el español. Spadoni podía seguir la conversación con lo que había aprendido en Buenos Aires, Santiago de Chile y otras capitales de la América del Sur cuando seguía dando «recitales» de piano á un empresario que al fin se cansó de explotarle y de luchar con su inconsciencia.
Don Germán les dice al oído algunas palabras y les ordena que cada uno por su lado se dirijan a la puerta sin llamar la atención de los convidados. Así lo hacen, pero cuando ya han subido al carruaje, alguien les hace traición; los invitados se enteran, se lanzan a los balcones y les hacen una delirante ovación.
El principado ruso era para los demás, para las gentes que se deslumbran con la amplitud de los títulos, sin saber apreciar su mérito y su origen; él prefería, como algo más noble, el marquesado español, á pesar de que todos lo ignoraban en España, por carecer de consagración oficial. A los tres convidados del príncipe Miguel los conocía Toledo.
En los testeros, esculpidas imágenes hablaban de idealidad, de ensimismamiento, de reposo... Y el viejo rey aseguraba que, aun cuando a nadie fuera dado acompañarle hasta allí, su hospitalidad seguía siendo en el misterioso seguro tan generosa y grande como siempre, sólo que los que él congregaba dentro de sus muros discretos eran convidados impalpables y huéspedes sutiles.
El berrenchín de Currita igualaba, en efecto, a su inquietud, porque justamente pertenecían sus convidados prófugos a aquella parte sana y virtuosa de la sociedad madrileña que se complacía ella en atraer a su casa para acallar con el ejemplo de estos los escrúpulos de algunos otros, a la manera que en ciertos garitos de industrias prohibidas colocan en el portal la muestra de alguna otra industria inocente, que desorienta a la policía y sirve de cebo a los incautos.
El baile continuó hasta que al entrar la noche se retiraron los convidados, muchos de los cuales destacaban, sobre las últimas vislumbres del crepúsculo, la silueta oscilante en el caballo que por sí sólo marchaba a la querencia.
La marquesa, por llamarlo de algún modo, lo llamaba tés íntimos; pero es lo cierto que aunque todas las noches del invierno, ya muy cerca de la madrugada, había ese té en su casa, aquello no tenía horas fijas ni aspectos determinados, y chisporroteaba de mil modos: entre pocos, entre muchos, en tertulia plena, con media docena de ellos convidados a comer, o con otros tantos al humor de la chimenea a cualquier hora de la tarde.
Y los convidados de doña Manuela entraron en la casa, confundiéndose unas familias con otras, saludándose las mujeres con un tiroteo de besos y elogiando todas las cualidades de la «posesión» que la viuda de Pajares tenía en Burjasot.
Palabra del Dia
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