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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
¡Atrás todos! gritó con voz de trueno el señor Tomás a los convidados que lo rodeaban. ¡Carlos, ven aquí! Yo te lo mando, yo... yo... yo... yo te ruego... me digas quién es este hombre. Ahora mismo. Dos personas, tan sólo, oyeron la contestación que salió, débil y quebrantada, de los labios de Carlos Tomás: ES SU HIJO.
Lo último, que se junta con lo dicho mi mucha necesidad a quien todo es común: la mesa de vuestra señoría se pone para remediar a semejantes, con que no es necesario esperar a ser convidados los que fueren soldados de mis prendas. Suplico a vuestra señoría se sirva mandar que se me dé la bebida, que como soy español, no me han entendido, aunque la he pedido."
A la una de la noche los convidados de Salabert se retiraron a descansar. Estaba en el programa que a las nueve de la mañana se reuniesen todos en el salón para ir desde allí a visitar los trabajos y la mina. Y se cumplió, no estrictamente, porque en España esto no puede suceder, pero sí con una hora de diferencia. A las diez salió la comitiva, bastante mermada por supuesto, en coche para Riosa.
Decía esto á sus espaldas, y él no podía explicarse el respeto con que le trataban los otros invitados y la simpática atención con que le oían apenas pronunciaba algunas palabras. Así conoció á varios diputados y periodistas, amigos del banquero Fontenoy, que eran los convidados más importantes.
No volvió a entrar sino al primer toque que llamaba a comer. Talvez fue a causa de su preocupación, que el capitán creyó notar, al entrar en el salón, algo de tirantez y alteración en el rostro del señor de Maurescamp. Iban a comer. Había en la mesa como veinte convidados.
Fuéronse a comer, y la comida fue tal como don Diego había dicho en el camino que la solía dar a sus convidados: limpia, abundante y sabrosa; pero de lo que más se contentó don Quijote fue del maravilloso silencio que en toda la casa había, que semejaba un monasterio de cartujos.
En cuanto á mí, es probable que en otros tiempos hubiera hallado una dulzura singular en la estrecha y fácil intimidad que esta comida sobre el césped, como todas las escenas de este mismo género, establecen siempre entre los convidados; pero alejaba, con un penoso sentimiento de violencia, este encanto demasiado sujeto al arrepentimiento, y el pan de fugitiva fraternidad me parecía amargo.
Esto no impedía que ella, o alguno de sus hijos, o todos, incluso el aperador, aunque no hijo, sino padre, estuviesen convidados con frecuencia a la mesa de la familia, a la cual se sentaban asimismo el mulero y otros cuando estaban en el lugar, y a la cual la señora Petra y la Juana se atribuían el derecho, y no se descuidaban en ejercerle, de hacer las invitaciones que se les antojaban.
Mujeres célebres acababan bailando desnudas sobre la mesa á las primeras luces del alba, para no desairar al anfitrión. A veces se cortaban estas fiestas con una disputa de borrachos, mezclándose el vino y la sangre. El coronel había visto al final de una de estas escenas un duelo á pistola entre dos convidados, en el jardín del palacio, cuando empezaba á amanecer. Un muerto.
En ese momento llega la madre de Mistral. En un momento ponen la mesa; un hermoso mantel blanco y dos cubiertos. Yo conozco la costumbre de la casa: sé que, cuando Mistral tiene convidados, su madre no se sienta a la mesa... La pobre anciana no habla más que el provenzal, y pasaría grandes angustias si tuviera que conversar con franceses... Por otra parte, hace falta en la cocina.
Palabra del Dia
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