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Uno de los que andaba por España converso desde el año de 1390 fue rabí Selomoh Halevi, judío nacido en la ciudad de Burgos. En ella recibió el agua del bautismo i el nombre de Pablo de Santa María.

Además, en medio de su miseria, eran la única demostración de que allí vivía un intelectual. El cura, siguiendo las ojeadas del Indio converso, examinaba con aparente distracción los retratos y leía y releía los nombres impresos al pie, como si temiese olvidarlos.

Pepe se fue por la mañana temprano a su trabajo, evitando ver de nuevo a Tirso: éste conversó breve rato con la madre y luego entró en la alcoba de don José. ¡Adiós padre le dijo hoy me marcho... ahora mismo! El viejo, que la noche pasada había escuchado confusamente el rumor de la conversación de ambos hermanos, adivinó la causa de aquella despedida; mas nada hizo por evitarla.

Para resolver las dudas que le asedian, recurre al presbítero cristiano Carpóforo, que lo instruye en la nueva doctrina, lo bautiza, y después Crisanto se hace públicamente cristiano. El padre, celoso sectario de los antiguos dioses, lo pone vanamente en prisión; luego, por consejo de un amigo, emplea con el converso otros medios.

La dulzura parecía una aureola de Anita. La salud había vuelto, purificada con cierta unción de idealidad, al cuerpo de arrogante transtiberina de aquel modelo de madona. Don Víctor Quintanar se había restituido a su amistad íntima con don Álvaro Mesía, en cuanto regresó este de Palomares, y al poco tiempo notó el Magistral que el converso se le rebelaba.

Maltrana quedó anonadado por el nuevo infortunio que caía sobre él. ¿Adónde ir? Pero la nerviosidad de la desgracia, que agriaba su carácter, le hizo acoger con altivez esta contrariedad. Señor Vicente: usted es un buen hombre y no le creo capaz de tomar por solo tal resolución. Esto es cosa del Indio converso, que quiere monopolizarle, y tal vez de ese capellán amigo de usted...

Poldy tomó una resolución extrema, pero, en su caso, bastante justificada. Hizo correr la voz de que había muerto, se casó católicamente con el judío converso, y cambiando, o mejor dicho traduciendo su nombre, se vino a vivir con él a los Estados Unidos. Isidoro se trajo todo el dinero que tenía y no pequeña parte de los preciosos chirimbolos, joyas y antiguallas de su bazar.

Enviaba tierra adentro con sus papeles diplomáticos a un judío converso en Murcia, que por conocer algunas lenguas orientales iba con él de intérprete, y este mensajero, después de larga marcha, sólo encontraba un jefe de tribu a la sombra de su techumbre de hojas, rodeado de concubinas bronceadas.

Tuvo noticia de ello el Rey, y cuando conversó con el festivo abogado prendóse tanto de él, que no sólo le perdonó la multa, y la vida al delincuente, sino que, además, ya no pudo pasar sin el trato de Vélez de Guevara, a quien protegió sobremanera. Esto fué lo que suele llamarse hablar de memoria, porque en todo el relato no hay otra cosa verdadera que lo de ser Ecija la patria del escritor.

Hablaba en todas partes de su famoso triunfo; mostraba como un trofeo al Indio converso, exagerando inocentemente las horripilantes hazañas de sus época de impiedad; pero después de esta exhibición, al quedar solos los dos, el catecúmeno insaciable prorrumpía en lamentaciones sobre su miseria, no callando hasta convencerse de que en los bolsillos del «santo» sólo quedaban algunas oraciones impresas y migas de pan.