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Actualizado: 3 de mayo de 2025


La fiebre de la caída de la tarde había disminuido; los sudores que inundan por las noches a los tísicos, no eran tan abundantes. El corazón de la enferma no tardó también en entrar en convalecencia. Su desesperación, su humor huraño y el odio a los que la amaban, cedieron la plaza a una melancolía dulce y benévola.

En la sala principal, que antes fuera salón, los últimos enfermos acaban su convalecencia. Es una amplia sala encristalada, completamente blanca, llena de blancos lechos y flanqueada de mesas. Unas comedidas jóvenes, vestidas de blanco, juegan a los naipes y al dominó con los gloriosos heridos. Es una escena íntima y muy conmovedora, señoreada por una abrumadora impresión de aburrimiento.

De modo que, después de la metamorfosis de Galatea en novillo uncidero, dándose á reflexionar durante la convalecencia del tabardillo sobre el carácter de la gente del campo donde habitaba, á despecho de sus ilusiones se concedió á mismo que pedir prudencia, saber, dulzura y poesía á unos seres cuya sociedad constante son las bestias, cuya educación son las rudas tareas del campo, y cuyas aspiraciones están limitadas á salir del año sin morirse de hambre, es una exigencia que toca en lo ridículo. ¡Harto harán, los pobres, sabiendo saludar en turbio castellano!

La cogida atroz en la plaza de Sevilla cortó, con la rudeza del dolor físico, su despecho amoroso. La enfermedad y luego su tierna aproximación a Carmen durante la convalecencia le habían hecho resignarse con su desgracia. ¿Pero olvidar?... Eso nunca.

Ella no entendía mucho de toros. ¿No fue nada aquella cogida?... Gallardo se irritó por el acento de indiferencia con que hacía su pregunta aquella mujer. ¡Y él, cuando se consideraba entre la vida y la muerte, sólo había pensado en ella!... Con una hosquedad de despecho, habló de su cogida y de la convalecencia, que había durado todo el invierno...

En la convalecencia de la segunda fiebre, en Vetusta, volvió esta actividad indomable del pensamiento a molestarla; pero poco después de comenzar a comer bien, mediante aquellos esfuerzos supremos, notó que unas ruedas que le daban vueltas dentro del cráneo se movían más despacio y con armónico movimiento.

Agustín me participó aquella novedad que por muchas razones asumía la gravedad de un secreto en una larga noche de convalecencia que pasó a la cabecera de mi lecho. Recuerdo que era a fines de invierno: las noches eran todavía largas y frías, y el fastidio de volverse a su casa tan tarde le decidió a esperar el día en mi cuarto. A media noche vino a interrumpirnos Oliverio.

Ayer, en casa de la Marquesa de Oreve, donde nos reunimos a festejar la convalecencia de Elena, Luciana deslumbraba. Las demás mujeres parecían comparsas destinadas a hacerla valer y resultaba entre ellas una estrella refulgente. La misma Elena, muy linda, sin embargo, bajo el velo de timidez y de modesto silencio en que se envuelve, se eclipsaba y desaparecía. Nadie puede compararse con Luciana.

Asistiéronme mis amigos cariñosamente; visitábame lord Gray todos los días, y Amaranta y doña Flora hicieron largas guardias y vigilias en la cabecera de mi lecho. Cuando me vieron fuera de peligro las dos lloraban de alegría. Durante la convalecencia, D. Diego fue a visitarme, y me dijo: Mañana mismo vendrás a mi casa.

Ella le escuchaba con fingido interés, mientras sus ojos revelaban indiferencia. Nada le importaban las desgracias de aquel luchador... Eran accidentes de su oficio, que sólo a él podían interesarle. Gallardo, al hablar de su convalecencia en el cortijo, sintió que por una similitud de recuerdos venía a su memoria la imagen de un hombre que habían visto juntos doña Sol y él.

Palabra del Dia

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