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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Nunca enfermedad se le hizo más corta á nadie. Estuvo tres ó cuatro sin salir de la habitación. Durante ellos pudo observarse una cosa singular, y es que estaba menos contento en la convalecencia que lo había estado en la enfermedad. La gente del palacio lo atribuía al abatimiento que le dejara la extracción de sangre.
¿No admira usted, señor cura, cómo me he librado, sin hacer nada para ello, de ese secreto que tanto me pesaba? Elena al Padre Jalavieux. Mi padre lleva muchos días enfermo y con alternativas que nunca le llevan a la convalecencia. Estoy angustiada. Hoy, cuando salía de mi cuarto para ir a instalarme al lado de mi padre, me he encontrado con Máximo.
¡La pregunta!... ¡Para cenar!... ¡La vida hay que hacerla a pesar de todo, señor vigilante! Dígame, ¿no es usted aquel hombre que concurría todas las tardes al Ministerio del Interior, y que se iba a curar en la Convalecencia? ¡El mismo, sí, el mismo!... ¿Y Vd. quien es? ¿No se acuerda de mí?... Aquel agente que le dio cinco pesos para que fuera...
Era cosa bien difícil, porque casi toda estaba en la convalecencia. Entre el segundo contramaestre, el cocinero y Tristán, el de la cicatriz, hicieron un pacto para apoderarse del barco y formar una asociación de piratas. Una noche, al entrar en el camarote, se apoderarían del capitán y enarbolarían la bandera negra.
Hablaban de hijos y de las madres que deseaban tenerlos, así como de las que los tenían en excesivo número. «¡Ah, los hijos! dijo doña Tula con tristísimo acento . Son una enfermedad de nueve meses y una convalecencia de toda la vida».
Si ahora sentía Anita cierta pereza de rozarse otra vez con el mundo, se debía a la convalecencia de que en rigor no había salido; pero cuando el vigor volviera por completo ya no la asustaría la acción, el ir y venir; el trabajar en la obra de piedad a que se la invitaba».
Un día, cuando ya se había iniciado la convalecencia, recayó la conversación en los sucesos referidos en la Primera parte, y Miquis, para quien no podía haber un tema más gustoso, habló largamente de Isidora, diciendo, entre otras cosas, lo siguiente: «Está ahora esa mujer..., vamos..., está guapísima, encantadora.
Poco a poco fuí avanzando en mi convalecencia, y en pocos días me hallé ya con fuerzas suficientes para levantarme y dar algunos paseos por los grandes corredores de la casa, pues la vivienda del Gran Capitán tenía como único desahogo el largo pasillo, en cuya pared se abrían hasta veinte puertas numeradas, albergues de otras tantas familias.
Durante la nueva convalecencia no fue impertinente. No se quejaba; todo estaba bien; no se permitía excesos. En el círculo aristocrático de Vetusta, a que pertenecían naturalmente las señoritas de Ozores, no se hablaba más que de la abnegación de estas santas mujeres.
Palabra del Dia
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