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Actualizado: 16 de junio de 2025
El señor de Bevallan sin alzar la voz me insinuó, que este contrato era una obra de desconfianza. ¡Una obra de desconfianza, señor! respondí en el tono más elevado de mi garganta. ¿Qué pretende decir con eso? ¿Es contra la señora de Laroque, contra mí, ó contra mi colega aquí presente, que dirige semejante imputación?...
No habiendo llegado el señor Laubepin esta mañana, la señora de Laroque me ha hecho pedir algunas instrucciones que le eran necesarias para arreglar las bases previas del contrato, el cual como ya he dicho, debe ser firmado mañana.
Y después, por un contrato consagrado por la religión: por un deber moral, legal y religioso, que le impulsa a amarme de un modo exclusivo. Si éste, aquél o el otro fuese su marido, en vez de serlo yo, ¿no le querría como a mí me quiere? ¿Quién sabe? Quizá le querría más.»
Mi abuela había dejado un caserío en Izarte, sobre las dunas de la playa de las Ánimas. Este caserío se llamaba Bisusalde. Bisusalde correspondía a mi madre, y estaba alquilado a un inglés. No sabía mi madre el contrato que mi abuela había hecho con él; y como se acercaba Año Nuevo, quería averiguarlo para cobrar la renta.
Aceleré cuanto pude el paso de mi cabalgadura, asombrado de aquella transgresión de nuestro contrato, en la esperanza de unirme cuanto antes al viajero que debía darme las noticias tan deseadas. Pero el cerro estaba lejos y él lo descendía lentamente al paso mesurado de la mula prudente que afianzaba su pie con firmeza para reconocer la solidez de la senda.
Luego comenzaron los equipos para la tropa, los negocios de tabacos, la subasta de carreteras, cediéndolas unas veces con primas, otras construyéndolas sin las condiciones exigidas por el contrato, los empréstitos al Gobierno, etc., etc.
Cuidado con el reloj, palpa si lo tienes». Y la voz del lector del Contrato volaba por cima del mar de cabezas, y las palabras «garantías sacrosantas... dogmas de libertad... derechos invulnerables... ideales benditos... pueblo honrado y libre...» se dilataban en el cálido y sereno ambiente.
Vio padres de familia que buscaban el modo de despojar a sus hijos en provecho de una amante o de alguna obra piadosa; jóvenes que estudiaban la manera de robar la dote a su futura esposa por medio de un contrato; prestamistas que exigen el diez por ciento sobre primeras hipotecas y prestatarios que hipotecaban fincas imaginarias.
¿Ha privado a sus conciudadanos de todos los derechos y desnudádolos de toda garantía? Pues bien: no pudiendo hacer lo mismo con los extranjeros, éstos son los únicos que se pasean con seguridad en Buenos Aires. Cada contrato que un hijo del país necesita celebrar, lo hace bajo la firma de un extranjero, y no hay sociedad, no hay negocio en que los extranjeros no tengan parte.
Esto supuesto, si contra la justicia y último contrato, se permite á los Portugueses mantener á Coimbra y Albuquerque, no nos quedar
Palabra del Dia
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