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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Yo sé muy bien que no debo tener esperanza; nunca la he tenido, se lo juro; yo sé que ama usted a otro... Esas palabras, las he pronunciado a pesar mío, mi amiga, mi hermana, al oírla llorar sobre mi pecho. ¡Le suplico que me diga que me perdona!... Yo haré lo que usted quiera, no volveré a verla más, renunciaré a mi única alegría: la de contemplarla. Puedo soportar todo excepto su enojo.
En los últimos días, al contemplarla victoriosa en el Casino, su pasión se ensombrecía; la apreciaba menos. Luego, al verla arruinada y enferma de tristeza, su afecto iba renaciendo; y para auxiliarla, hasta se convertía en jugador, ¡él, que era incapaz de hacer esto ni por su propia salvación!... Tú no puedes comprenderme: eres mujer.
Digo solo que pensó así y que, en consecuencia de tales premisas, echó allá en su mente la absolución al joven indio. Sacó luego de un cajón de su escritorio la fotografía iluminada y con morosa delectación se puso a contemplarla. Tan embebecida estaba en esto, sentada junto a su bufete, donde había extendido la fotografía, que no vio ni oyó lo que pasaba en torno suyo.
»Las hierbas, los arbustos, todo parecía poblarlo un mundo de seres alegres y animados, que con sus ruidos, sus gritos y sus cantos parecían entonar un himno de gracias a Dios, que los había creado. Únicamente Magdalena lanzó algunas exclamaciones de entusiasmo; yo no hacía otra cosa que contemplarla.
En todo aquel día no abandonó la casa mortuoria. Al mediodía estaba solo en ella, y el cuerpo de Fortunata, ya vestido con su hábito negro de los Dolores, yacía en el lecho. Ballester no se saciaba de contemplarla, observando la serenidad de aquellas facciones que la muerte tenía ya por suyas, pero que no había devorado aún.
Cuando ha reposado tantas noches sobre su seno, respirando su calor; cuando ha adquirido el aroma de su piel y los blondos tintes que hacen delirar el corazón, la joya ya no es joya, sino una parte integrante de la persona que no debe contemplarla con ojos indiferentes. Sólo un ser tiene derecho á conocerla y sorprender á través de aquel collar los misterios de la mujer querida.
En los primeros tiempos, él se había contentado con contemplarla, había vivido con su luz, sin imaginar un gozo mayor, y cuando por fin llegó a concebir y vislumbrar otro, huyó de ella.
Feijoo, al contemplarla, no podía por menos de sentirse descorazonado. «Cada día más guapa pensaba , y yo cada día más viejo». Y ella, cuando se miraba al espejo, no se resistía a la admiración de su propia imagen. Algunos días le pasaba por bajo del entrecejo la observación aquella de otros tiempos: «¡Si me viera ahora...!».
Jaime pudo contemplarla detenidamente por primera vez. No se había equivocado en sus apreciaciones. Era alta, de un moreno mate, con negras cejas, ojos iguales a gotas de tinta y un ligero vello en el labio y las sienes. Su esbeltez juvenil ofrecíase llena y firme, anunciando una mayor expansión para el porvenir, como en todas las hembras de su raza.
A lo mejor estaba pálida, con la blancura del polvo de los caminos, cual sí acabase de sufrir una emoción mortal; otras veces sus mejillas eran tan rojas que parecían reflejar el fuego del sol poniente. Adán se sentía feliz al contemplarla, á pesar de que ella lo maltrataba lo mismo que antes, obligándole á desempeñar muchas funciones domésticas cuando venía cansado del trabajo en los campos.
Palabra del Dia
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