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Pero padece una verdadera sed de alabanza: y no como quiera, sino que necesita oirla él mismo, asegurarse de que en efecto se le alaba, complacerse en ella con delectacion morosa, y corresponder á las buenas almas que le favorecen, expresando con una inocente sonrisita su íntimo goce, su dicha, su gratitud. ¿Ha hecho alguna cosa buena?

Entretanto, Ramiro se hastiaba. Su herida no acababa de cerrarse. Un círculo tumefacto rodeaba la morosa cicatriz, pronta a reabrirse al menor esfuerzo.

Digo solo que pensó así y que, en consecuencia de tales premisas, echó allá en su mente la absolución al joven indio. Sacó luego de un cajón de su escritorio la fotografía iluminada y con morosa delectación se puso a contemplarla. Tan embebecida estaba en esto, sentada junto a su bufete, donde había extendido la fotografía, que no vio ni oyó lo que pasaba en torno suyo.

Prescribe Horacio que no se hagan ciertas cosas delante del pueblo: Nec filias coram populo Medea trucidet: y lo que Horacio prescribe para lo trágico debe aplicarse á lo erótico también. No conviene introducir al pueblo en la alcoba ni imitar al rey de Lidia con Giges. Contra esto peca usted, no pasando de ligero, sino deteniéndose en pormenores con exceso de morosa delectación.

El Cantar de los Cantares es un idilio, una égloga, un poema de amor, donde el amado y la amada se requiebran de lo lindo, se dicen mil ternuras, se hacen mil finezas, se ensalzan y describen menudamente y con morosa delectación los primores y gracias corporales de él y de ella, y se pintan los goces que han de lograr o ya logran ambos, besándose, abrazándose y queriéndose mucho.

Los Oidores, poco conformes con esta disposicion, manifestaron su resentimiento en distintas ocasiones, dificultando las providencias del Comandante, oponiendo obstáculos á sus determinaciones, criticando su conducta de morosa, calumniándole de pusilánime é irresoluto, fundándose en que no tomaba partido con prontitud, y suponiendo que si hubiese obrado con actividad ofensivamente contra los rebeldes, hubiera podido sofocarse con el escarmiento de pocos el atrevimiento de los demas.

Ni marido pobre de mujer acaudalada, ni yerno de suegra intolerante, ni protegido por rico vanidoso, se vieron nunca tan privados de libertad como el mísero don Quintín a partir de aquel día en que doña Frasquita se enteró del devaneo que su esposo traía entre manos; porque la aventura con Mariquita, que para él fue simple pecado de pensamiento, semejante a la delectación morosa que dicen los teólogos, a la vieja le pareció adulterio consumado.