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Actualizado: 15 de julio de 2025
Mario le contemplaba fijamente. Mira, Adolfo dijo al fin procurando reprimir la indignación, yo nunca he dudado de tu ciencia.
Perla lo veía todo, lo contemplaba todo intensamente, pero jamás trató de trabar conocimiento con ninguno de los niños. Si le hablaban, no respondía.
Y Febrer, sonriendo a impulsos del grato recuerdo, contemplaba su frente abombada, que parecía oprimir con su pesadumbre los ojos imperiosos, pequeños e irónicos, sombreados por gruesas cejas.
Pues con Dios repuso Momo, poniéndose en camino y cantando: Quédate con Dios y adiós, Dice la común sentencia; Que el pobre puede ser rico. Y el rico no compra ciencia. Stein contemplaba aquel pueblecito tan tranquilo, medio pescador, medio marinero, llevando con una mano el arado y con la otra el remo.
Por las tardes, desde lo alto de la casa contemplaba el jardín; en el ángulo del parque los almendros, los primeros árboles cuyas hojas arrancaba el viento de septiembre, formando raro transparente sobre el fondo llameante del cielo teñido por los rojos destellos del sol poniente.
La llenaba de perplejidad y de malestar, pues á veces aquella marca roja de infamia en el pecho de su vestido, parecía como si latiera y se agitase cuando Ester pasaba junto á un venerable eclesiástico ó magistrado, modelos de piedad y de justicia, á quienes el mundo contemplaba como si fueran los compañeros de los ángeles. ¿Qué malvado pasa junto á mí? Se decía Ester para sus adentros.
Producto de una de estas invasiones de vándalos con pañizuelo y calzón corto fue el entrar como aprendiz en la tienda de Las Tres Rosas un chicuelo, al que don Eugenio le fue tomando insensiblemente cierto afecto, sin duda porque recordando su pasado se contemplaba en él como en un espejo.
Mientras, Ojeda, desde el mirador de proa, contemplaba la muchedumbre aglomerada en las bordas, ansiosa de ver cuanto antes la deseada ciudad. Una mujer, alborotado el pelo y enrojecidos los ojos, gemía a un lado del combés.
Un criado venía a buscarlo para conducirle al lado del señor Aubry. Apresuradamente, Juan pasó el pañuelo por su cara y salió de la pieza. Entonces María Teresa entró, y a su vez se detuvo ante la imagen que había suscitado aquella crisis dolorosa. Una suave melancolía se apoderó de ella, mientras contemplaba su retrato.
Rafael estaba a la cabeza del banco de la comisión, algo separado de sus compañeros. Le dejaban espacio libre como los toreros al camarada que va a matar. Había apilado en su asiento legajos y volúmenes por si le ocurría citar textos en su contestación al venerable orador. Le contemplaba en silencio, admirándole. Aquel sí que era fuerte, con la dureza y la frialdad del hielo.
Palabra del Dia
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