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Actualizado: 15 de mayo de 2025


El sol se elevaba. Entramos en plena campiña; dejé de reconocer los lugares que cruzábamos; vi rostros nuevos; mi tía me contemplaba con bondadosa mirada. La fisonomía de Agustín estaba radiante; yo sentía, tanto encogimiento como pena.

Una arruga vertical en la frente y las comisuras contraídas de sus labios, revelaban insomnios y noches en vela. Contemplaba a Laura adormecida. Carmen, en medio de la habitación, preparaba un remedio mirando la copa al trasluz. También era otra, Carmen: parecía más crecida, más mujer; la aflicción persistente le había borrado del semblante la expresión infantil.

Gallardo se estremeció de emoción al anunciarle un día su apoderado que doña Sol acababa de llegar sin que nadie la esperase. El espada fue a verla inmediatamente, y a las pocas palabras sintiose intimidado por su fría amabilidad y la expresión de sus ojos. Le contemplaba como si fuese otro.

La atloteria, contenta del accidente, que añadía algún tiempo más a su cortejo, contemplaba a Margalida vestida con su traje de gala, sentada en el centro de la pieza, junto a una silla vacía. Todos habían pasado por ésta en el curso de la noche; algunos miraban con cierta ansiedad al asiento, pero sin atreverse a ocuparlo de nuevo.

Allí estaba Crainqueville, solitario y silencioso, sentado ante un vaso vacío, cuyo fondo contemplaba tristemente. También te convido á ti dijo la vieja . Hoy es un gran día. ¡La paz! ¿Qué dices de la paz? Crainqueville levantó los hombros. Luego, animado por la vista del nuevo vaso que le ofrecía su amiga, se dignó hablar.

El mundo estaba frío, sin alma y sin piedad; contemplaba su marcha penosa sin un impulso de misericordia. ¡Morir de hambre!... Por él, que fuese al momento: descansaría de una vez. Pero ¿y aquella infeliz que le aguardaba, enferma y casi enloquecida, como si no pudiese con el peso de sus entrañas? ¿Cuál iba a ser su suerte?...

Roger había lanzado al suelo su rota espada y contemplaba aquella dolorosa agonía con profunda lástima. Todo su furor habíase disipado como por encanto.

Con el entrecejo fruncido contemplaba la llanura. ¡Tumbas... siempre tumbas! El recuerdo de Julio había pasado á segundo término en su memoria. No podría resucitarle por más que llorase. La vista de los campos de muerte sólo le hacía pensar en los vivos. Volvió sus ojos á un lado y á otro, mientras sujetaba con ambas manos el revuelo de sus faldas, movidas por el viento.

Y mientras Salvador le contemplaba con recogida actitud, continuó don Manuel: Al enviudar mi hermana hace poco, se ha apresurado a mostrárseme afectuosa, lo que me prueba que antes no tenía libertad para hacerlo. Parece que la niña le es muy simpática. Si ella además le lleva el bienestar y la holgura, ¿no ha de quererla bien? Yo creo que . ¿Verdad que ? Es verdad....

Este silencio lo interpretó el marqués como una respuesta afirmativa, y dijo con desesperación, ocultando otra vez su cara entre las manos: ¡Y fui yo, el marido, quien dirigió el combate para que se matasen!... Hubo un largo silencio. Mantuvo el marqués oculto el rostro entre sus manos, mientras Robledo le contemplaba con ojos de conmiseración.

Palabra del Dia

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