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Actualizado: 20 de octubre de 2025


Fuera de esto, no se podía menos de hacer justicia á Sorege, y Tragomer no podía negar que el amigo de Jacobo era un hombre perfectamente educado, instruído, elegante y de cara agradable, muy valiente, según había probado en diversas ocasiones, y de excelente consejo cuando se le consultaba un asunto difícil.

Las disposiciones de Fortunata y aun de la misma doña Lupe eran letra muerta. Robaba descaradamente, y su ama no se atrevía a reprenderla. Santa Cruz, que era el autor de todo aquel fregado, no sabía cómo arreglarlo, cuando su amiga le consultaba. El plan más prudente era tomar otro cuarto y despedir luego a Patricia, dándole una buena propina para que se callara.

A esa edad todo el monte antojábaseme orégano y cominillo, e imaginábame que con cuatro coplas, mal zurcidas, y una docena de articulejos, peor hilvanados, había puesto una pica en Flandes u otra en Jerez. Maldito si ni por el forro consultaba clásicos, ni si sabía por experiencia propia que los viejos pergaminos son criadero de polilla.

Sin embargo, el domingo esos pensamientos estaban casi siempre en armonía con el fin piadoso y reverente que el libro abierto hacía suponer implícitamente. Nancy no era lo bastante instruida en teología para discernir claramente las relaciones que existían entre su vida sencilla y obscura y los documentos sagrados de los primeros tiempos, que consultaba sin método.

Pero, hombre, parece que hablas con sordina... decía Crespo malhumorado. Quintanar le consultaba acerca del estado de Ana. ¿A ti qué te parece de esto? Ps... allá ella. Sus razones tendrá. Yo creo Tomás, aquí para interinos... que Anita se nos hace santa, si Dios no lo remedia. A me asusta a veces. ¡Si vieses qué ojos en cuanto se distrae!

El pensar que tal vez estaría a la sazón la señora de Rubín jugando una gran trastada al decoro de la familia, la mortificaba, , pero no tanto como el ver que no la consultaba ni le pedía consejo sobre aquello desconocido y oscuro que sin duda le ocurría. «El tapujito es lo que me revienta. Como yo lo descubra va a ser sonada. En hora maldita entró aquí esta loquinaria.

Faltábanme a los sofismas científicos con que Neluco, por ejemplo, hubiera podido aclarar aparentemente aquellas complejas oscuridades que me consultaba mi pobre tío, y despaché la consulta con cuatro vaguedades muy recalcadas y encarecidas sobre el influjo que ejercen en la máquina de los pensamientos los largos insomnios, la soledad de la noche, los fríos estacionales...

Esto era todo para él, que había mandado docenas de hombres de áspera dureza que infundían terror al bajar en los puertos. Nadie le consultaba ahora, mientras que en el mar todos buscaban su consejo y muchas veces necesitaban interrumpir su sueño. La casa podía existir sin que él la visitase diariamente desde las cuevas al tejado, revisando hasta el último grifo.

El jefe no juzgaba oportuno por entonces comprometer su dignidad presentándose ante las amotinadas, y por medida de precaución había reunido en la oficina a los empleados y consultaba con ellos, conviniendo en que la sublevación no era tan temible en la Granera como lo sería en otras Fábricas de España, atendido el pacífico carácter del país. No quisiera él estar ahora en Sevilla.

Me daba minuciosa cuenta del estado de las cosas de allá que podían interesarme; me consultaba dudas o me apuntaba ideas sobre los encargos que le tenía hechos, o me esbozaba otros planes que siempre me parecían bien. Así me defendía de las malas tentaciones con que me asediaban los diablejos de mi vida pasada, en cuyas garras había vuelto a caer.

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