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Rivera para aquí, Rivera para allí, Rivera esto, Rivera lo otro, en todas partes hacía falta y para todo se le consultaba. ¡Cómo no, si sabía casi tanta música como la intendenta y poseía una voz aceptable de tenor! Así que de hecho él era el director de la fiesta, por más que aquella lo fuese de derecho. Se iba a cantar un acto de la Lucía, de Donizetti, y otro del Coradino, de Rossini.

Leía Derecho civil, leía un Código de comercio que tenía por apéndice un tratado de teneduría de libros; consultaba con Cernuda el joven, elocuente abogado y... nada más. El tío se preparaba sin duda. Esperaba una acometida. ¡Oh! ¡Bien sabía Bonis que Nepo tendría armas con que defenderse!

Descarrilaron, se salieron del camino, abrazándose de nuevo a la Iglesia, como única salvación ante el peligro revolucionario, y todavía no han vuelto ni volverán a la buena ruta. Jesuítas, frailes y obispos tornaron a ser los consejeros de palacio, y aún lo son ahora, como en los tiempos en que Carlos II consultaba los planes militares y políticos con una junta de teólogos.

Todos vuelven a regañadientes a su tierra: llevan París en el corazón. La otra noche, el hijo mayor del doctor Zurita me consultaba sobre su porvenir. Apenas llegue a Buenos Aires, piensa exigir a «su viejo» que lo envíe a Europa... Quiere estudiar en París no sabe qué... pero en fin, quiere estudiar, sin aproximarse por esto al Barrio Latino, que encuentra poco chic y con mujeres ordinarias.

El era el capitán, y todos debían obedecerle. Por esto respondía del buque, de la vida de sus tripulantes, de la suerte de la carga. Además, era el propietario: nadie mandaba sobre él, su poder no tenía límites. Por afecto amistoso, por costumbre, consultaba á su segundo, le hacía partícipe de sus secretos, y Tòni, con una ingratitud nunca vista, osaba rebelarse... ¿Qué significaba esto?...

La ciega hablaba como si no lo fuera y así hacía siempre. Los comensales se miraban unos a otros sonriendo con una mezcla de alegría y de compasión. Elena, entusiasmada con el elogio, no parecía fijarse y le hacía preguntas y consultaba detalles. «¿Qué te parece, pondré sobre la chimenea un reloj imperio o una estatua? ¿Pondré la luz en el techo o en los rincones? Pocos muebles, ¿verdad?

En la época de la decadencia, cuando vivían en la calle de Belén, visitaba todos los días á las vecinas monjas de Góngora, conversando con ellas largas horas. Con ellas consultaba sus visiones y contravisiones, relatando sus deliquios y arrebatos de amor divino. Otros días llegaba muy apurada para contarles cómo había sentido unas terribles tentaciones, y que bebiendo vinagre se le habían quitado.

6 Y pasó sus hijos por fuego en el valle de los hijos de Hinom; [y] miraba en los tiempos, miraba en agüeros, y era dado a adivinaciones, consultaba pitones y encantadores; multiplicó en hacer lo malo en ojos del SE

Doña Luz sólo recibía a D. Anselmo, a quien ni como a médico consultaba cosa alguna, y a doña Manolita, con quien esquivaba toda conversación sobre su marido, sobre su herencia y sobre la repentina enfermedad que ella había padecido. La índole de doña Luz parecía muy cambiada. Andaba siempre melancólica y taciturna.

Feli le consultaba con inocente confianza, como si estuviese en presencia de una comadre del barrio. El señor Vicente no era un hombre: la locura religiosa le excluía del sexo. Se lamentaba al hablar con él de la inquietante hinchazón de su vientre. Le comunicaba su terror. ¿Era aquello natural?... ¿Qué opinaba el buen hermano?