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Actualizado: 24 de junio de 2025
Habíamos llegado casi a la entrada de Belgrano, cuando mi tío dio orden al cochero que se detuviese junto a un pequeño rancho, en que jugueteaban tres o cuatro niños. Al detenernos, los niños se acercaron al carruaje y en la puerta del rancho aparecieron una mujer y un hombre, jóvenes ambos, que saludaron amistosamente a Alejandro que manejaba el coche, como si ya lo conociesen de antemano.
Su detuvo el profesor para añadir con timidez, bajando aún más el tono de su voz: Por desgracia, gentleman, yo tengo cierta culpa de la frialdad con que acoge Popito los sabios consejos de su padre. Esta muchacha ama á un hombre, y yo, sin darme cuenta, hice que los dos se conociesen.
¡Cobardes! ¡Cabritos!... Como si conociesen la historia y la familia de cada uno de los guardias, les echaban en cara su envilecimiento. Ellos allí, pegando a los pobres trabajadores, y mientras tanto sus mujeres acudiendo a las citas... Y tras este desahogo, corrían otra vez al ver que se acercaban con el sable levantado.
Mas si la conociesen, como nosotros la conocemos, es bien seguro que no hallarían motivo para asombrarse tanto. La primogénita de la casa de Elorza había entrado en la conspiración carlista completamente persuadida de que realizaba una obra grata a los ojos de Dios y con el propósito firme de no retroceder ante ningún peligro.
Y así era la verdad, que la hermosa indiana venía por entre las verdes frondosidades del jardín, y en paso lento, hacia el sombroso cenador donde los dos amantes se encontraban; y era el paso lento de doña Guiomar la vacilación de su alma, en la que tal tumulto habían levantado su amor y sus celos, su indignación contra Cervantes, su odio contra Margarita, y la obligación en que se encontraba, por su propio decoro, de vencer aquella tempestad que en su alma se revolvía, y aparecer ante los dos amantes tal y de igual manera que como estaba cuando se separó de ellos, que no sabía qué hacerse, y temía que en el semblante se le conociesen la turbación, y el despecho, y la ira, y los celos, y la venganza, y el infierno, en una palabra, que a su alma daban cruda guerra; porque Florela no había andado con rodeos, y todo lo que había visto y oído habíala contado en el momento en que se partió el familiar que a visitarla había ido.
En torno del salón no había cundido el incendio porque eran los muros de sólida mampostería, revestida de mármoles, que sin arder se calcinaban; pero lo interior del salón parecía un infierno: medroso torbellino de humo y de llamas. Inevitable era pasar por allí. Tiburcio dio el ejemplo. Se diría que a su paso se apartaban las llamas y el humo como si le conociesen y respetasen.
En su impotencia, el gobierno hacía alardes de vigor en las personas que le parecían sospechosas, para que, á fuerza de crueldad, los pueblos no conociesen su flaco, el miedo que dictaba tales medidas.
No creo que pueda ser éste su origen, porque sólo puede conocer la carencia de una cosa el que la misma cosa conoce: de donde se infiere que si todos los individuos de un pueblo conociesen su atraso, no estarían realmente atrasados. ¿Es la pereza de imaginación o de raciocinio que nos impide investigar la verdadera razón de cuanto nos sucede, y que se goza en tener una muletilla siempre a mano con que responderse a sus propios argumentos, haciéndose cada uno la ilusión de no creerse cómplice de un mal, cuya responsabilidad descarga sobre el estado del país en general?
Piscis, siempre terrible, agarró un guijarro de la calle, esperó a que su amigo doblase la esquina, y ¡zas! lo encajó dentro del Camarote, haciendo polvo los cristales. Luego se dió a correr. Para que no le conociesen los que salieran en su persecución, se dejó caer sobre las manos, corriendo en cuatro pies con habilidad pasmosa. En el café de la Marina había también alguna gente.
Y la misma pregunta: «¿Qué llevas ahí?» Y al saber que era yo español, sonrisas en la portezuela lo mismo que si me conociesen toda la vida. «Baje, jovencito, baje y descanse, que está entre amigos. Tómese una copa de caña...» Desde entonces no tuve duda: sabía lo que me tocaba ser en aquella tierra: blanco, siempre blanco.
Palabra del Dia
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