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Actualizado: 3 de junio de 2025
Toma esta media onza dijo sacando al cabo la moneda de oro del bolsillo. Es para ti... para ti nada más, para que te compres cintas... confites... lo que quieras. No digas nada á tus abuelos, porque ya sabes, llorando miserias te sacarían los cuartos... ¿Verdad que no?...
Por debajo de él pendía una multitud de cintas de varios colores, todas las cuales, menos una, quedarían en las manos de las señoritas, al tirar por ellas. A la que diera con la cinta que abría la piñata se le adjudicaba el globo, cargado, sin duda, de confites, y, según se decía, de chucherías muy lindas.
Allí, ocultándose detrás de los troncos de los árboles, estuvo en acecho largo rato. El niño al fin en una de sus escapatorias acertó a pasar junto a él. Le llamó, le besó, y rápidamente le arrastró consigo lejos para comprarle confites. Cuando estuvo a buena distancia de las criadas comenzó a seguir los caminos más extraviados del parque, y por ellos fue a salir a Atocha.
Era además golosa, muy golosa, capaz de comerse una fuente de confites sin asomos de indigestión. Pero no habían de ser fabricados por las monjas: por extraña contradicción con sus piadosas inclinaciones, odiaba todo lo que olía a convento. Pues por esta mujer estrambótica, bien podemos decir loca, fue educado el actual conde de Onís. Su carácter se resintió muchísimo.
Sin embargo, por uno de esos caprichos inexplicables de las jóvenes, Esperancita mostrábase más afectuosa y deferente con Maldonado, contra su costumbre. Y los tres ofrecían un espectáculo curioso y divertido. Los criados circulaban con bandejas llenas de sorbetes, jarabes, confites y frutas heladas. Ramón llamó a uno para ofrecer a Esperanza ciertas yemas a las cuales sabía que era aficionada.
Hubo un momento en que tembló toda, como á la sensación imprevista de un frío agudo. Estos confites son muy buenos dijo ; probémoslos antes de beber. Y tomó la pera envenenada. Al tomarla miró á don Juan y pasó por sus ojos algo horrible. Toma le dijo, y le mostró la confitura. Don Juan extendió la mano.
Había también algunas mesas cubiertas con manteles, donde se exhibían bizcochos y otros confites de remota antigüedad. La gracia de aquella romería estribaba en tomar leche por la mañana en la ermita, jugar luego con los pucheros y romperlos al fin, haciéndolos rodar por el monte abajo. Se comía a las doce el fiambre que se llevaba.
Eche usted más jierro repite varias veces el galán, y el confitero va echando casi todas las pesas. Pero siempre la muchacha, llena de exquisita delicadeza, y con los más modestos remilgos, alega la dificultad que hay en trasladar a casa tanta balumba y pesadumbre de confites, y asegura que no se los podrá comer en una o dos semanas, y que se pondrán agrios, secos o rancios.
Junto a las cenizas de la hoguera apagada, nos detuvimos un momento, y mi marido colocó dentro de cada uno de los zuecos doce sueldos, y mis hijas un puñado de confites que habían guardado para merendar.
De modo, que hasta la policía, queriendo evitar los rótulos, rotulea tambien. A orillas del Mercado Nuevo hemos visto un anuncio en que se dice con letra bastardilla: «curso gratuito de piano, calle de Argel, núm. 3, enfrente del jardin de las Tullerías.» A la pensée. Llegamos: era una zapatería. Al bello pensamiento. Me aproximé, ví: era una caja de confites. Hautes nouveautés!
Palabra del Dia
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