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Actualizado: 14 de junio de 2025


Los compradores que conseguían obtener su boletín, salían corriendo después de haber luchado por romper la verdadera muralla humana que cerraba la calle. Mi tía se engolfaba cada vez más en el pelotón de gente aglomerada.

Doña Manuela atendía con interés las palabras de los compradores y no volvió la cabeza para ver quién abría la puertecilla de la garita a la que pomposamente llamaban despacho y saltaba velozmente el mostrador. Siéntese usted, mamá.

He dicho varios, porque hoy dominan una suerte de escritos donde se habla de todo sin probar nada, parecidos á aquellas ferias donde se proponen infinitos géneros de poco valor, todos confundidos entre , sin otro fin que el de embelesar á los compradores, incapaces de distinguir lo sólido de lo aparente, lo superficial de lo fundado, el oropel del oro. Piezas sueltas, pensamientos vagos, reflexîones volantes, mezclas de todas las cosas, discursillos de quanto hay en el mundo, hacen el caudal de estos Escritores. MIGUEL DE MONTA

Otras grandes propiedades habían sido formadas por los compradores de bienes nacionales, o los agitadores políticos del campo, que se cobraban sus servicios en las elecciones haciéndose regalar por el Estado los montes y los terrenos públicos, sobre los cuales vivían pueblos enteros.

Las modistas y las grisetas de provincia reemplazaban, sin hacérselas olvidar, a las cantoras y cómicas de París. Buscando un poco se encuentran aún grisetas en las provincias, y Pablo buscaba mucho. Apenas estuvo el cura en presencia de la señora de Lavardens, díjole ésta: Yo puedo, sin esperar la llegada de M. de Larnac, deciros los nombres de los compradores de Longueval.

La levantaron, sosteniéndola con sus poderosos brazos, y emprendieron la marcha hacia su casa. Unos pescadores dieron un vaso de vino a Antonio, que no cesaba de llorar. Y mientras tanto, el compadre, dominado por el egoísmo brutal de la vida, regateaba bravamente con los compradores de pescado que querían adquirir la hermosa pieza. Terminaba la tarde.

Y siempre esperando compradores fantásticos que vendrían de Inglaterra, de Francia, de no dónde, para hacer ferrocarriles y obras de riego y qué yo cuántas cosas más. Yo, que estoy por lo positivo, le decía: «Vende, Ricardo, vende». Sólo pude lograr que vendiera unos terrenos. Le pagaron una barbaridad. Y nos fuimos a Europa.

Los muros hasta la altura de un hombre, estaban ennegrecidos por el mismo roce indolente que adelgaza los pilares de las mezquitas. El converso, con sus velludas piernas cruzadas sobre el mostrador, llamaba a los compradores golpeando con fuerza el platillo de su balanza de cobre.

Sólo empieza a notarse que, pasados algunos días, los compradores escasean, y en vano se les ofrecen pañuelos de espumilla bordados por cuatro reales; nadie compra. ¿Qué ha sucedido? ¿Remordimientos de la plebe? Nada de eso. Se ha agotado el dinero circulante; las contribuciones por una parte, el secuestro por la otra, la venta barata, han reunido el último medio que circulaba en la provincia.

Después volvían, lamentándose de la decadencia del chalaneo. Había que esperar las grandes ferias del verano. En el mercado de Madrid apenas se veían compradores; todos eran gitanos... ¡y cómo iban a engañarse entre ellos!...

Palabra del Dia

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